El Tonto del Pueblo

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El Tonto del pueblo.

Se le conocía por el tonto y él aceptó desde muy temprana edad su mote y destino. Su madre lo mimó desde el primer día que nació, ella contaba con 47 años cuando dio a luz a Tomás, le dijeron que debido a su edad muy cercana a la menopausia (le llegó a los 62, pero no importa), su hijo sufría de un retraso en su madurez que lo estancaría en los 12 años aproximadamente. 
Ya había cumplido los 40 cuando esta historia se desarrolló.
Su madre aún vivía en el pueblo y Tomás con ella, como lo hace la hiedra en el árbol viejo, aferrado a la corteza con uñas y dientes.
Tomás tenía varias manías que la octogenaria le había permitido y que cultivaba sin pensar mucho en lo que sería su vida, cuando ella muriera.
Una de las manías íntimas, que en el pueblo solo se sospechaba, era de prenderse a la gastada y alicaída teta de la mama. 
Cada tarde a las cinco, Tomás dejaba lo que estaba haciendo y se pasaba unos 15 minutos pegado al arrugado pezón. 
Otra manía era dormir desnudo, en verano e invierno, en la cama de la madre. No se puede decir si hubo incesto en algún momento, allá cuando la madre ostentaba unos 60 años muy bien llevados; el chico tenía 13 años y las hormonas se disparan para tontos y avispados, para ellas no hay condición mental, ni color de piel o medidas antropométricas; salen disparadas endureciendo lo que pueden, pezones, clítoris o penes; les da igual.
En un pueblo donde la siesta es sagrada y todos sin excepción, cierran puertas y ventanas para disfrutar de tres horas del placer que les brinda Morfeo, Tomás no dormía, era un alma en pena vagando por una población muerta.
Su recorrido comenzaba en las ruinas de la antigua iglesia. Los restos de una edificación del siglo IX, de las que quedaban cuatro paredes de la nave principal y pedazos de lo que sería la sacristía, las naves inferiores y demás. Entre estas paredes, Tomas mirando las pinturas que soportan estoicas el paso de los siglos, se masturbaba. Su figura predilecta era una imagen de la Virgen dando el pecho a Jesús. El tío llegaba, sacaba su instrumento y tocaba una sinfonía a una mano, que era de envidiar. 
En una ocasión el cura párroco le esperó entre las ruinas y en el momento en que Tomás comenzaba a tocar el instrumento, el sacerdote se le plantó delante con los brazos en jarra y el ceño fruncido.
- ¿Qué haces aquí Tomás?
- Na… nada padre, estaba por mear.
- ¿Ah sí? Meando en la iglesia. ¿Te parece correcto?
- Es… es que… cuando vengo por aquí me dan ganas.
- ¡Fijate tú! A mí me dan ganas de sacarte a patadas en el trasero del sacrosanto lugar. ¡Mear! Cómo si no hubiese visto el… el… lo que tienes allí. Que bien grande es, pero no importa. Te vas ya mismo y después que confiese hoy, me buscas en la sacristía, te voy a enseñar un par de cosas que no te olvidarás nunca.
Tomás temblaba por el vozarrón del cura, y se imaginaba que le enseñaría algún dragón encerrado o un bicho come pollas. El susto que llevaba en el cuerpo era indescriptible. Fue a por la teta y no pudo, dejó a su madre con el pecho afuera y colgando. Esperó a que saliese la mujer del carnicero y se metió en el confesionario.
- ¡Ah! Ya llegaste, bien comencemos. Di el credo sin equivocarte.
El cura confesó a Tomas y lo llevó a la sacristía, previo haber lavado los dedos en agua bendita.
- Vale, aquí estamos Tomás. Ya sabes, eso que has hecho está mal. La sagrada imagen de la Virgen no es para excitarse.
- Pero es que muestra una teta.
- ¿Y a ti te gusta mirar tetas?… perdón, Ave María Purísima, perdona mi lengua Padre. A ver, te gusta mirar los pechos.
- Si.
- ¿Por qué te gustan?
- Porque están lindos, redondos, no se caen como los de mi mama.
- Este… ¿Y qué tiene que ver los pechos de tú madre?
- Que antes eran igualitos a los de la Virgen y a mí me gustaba chupar de allí.
- ¡Pero Tomás! ¡Que ya has cumplido los 40! Eso dejalo para los críos de 1 año, pero tú… hijo tú, no estas para estas cosas. A ver, ¿qué otra cosa te imaginas?
- A José encima de la Virgen, María.
- ¿Qué? Hombre, se serio, ¿cómo imaginas a José e… bueno teniendo, este, vamos acostándose con María? 
- Es que me acuerdo del carnicero.
- ¿Por qué?
- Porque él se subía encima de mi mama cuando yo tenía 10 años y me gustaba verlos.
- Esto es más grave de lo que pensaba. ¿qué carnicero? ¿Felipe?
- No, antes de Felipe, Juan que traía carne a casa, Felipe no trae nada.
- ¿Felipe? ¿Va por tu casa?
- Mientras su mujer se confiesa con usted.
- ¡Basta ya! Que tu madre tiene 87 años. ¿Seguro que Felipe va a tu casa?
- Sí claro.
- Bueno, dejemos esto que no vamos a ninguna parte. Te voy a poner una penitencia. Primero debes dejar de masturbarte…
- ¿Qué es mast… master… mastubrace?
- Mas-tur-bar-se. Masturbarse es hacer lo que hacías en la iglesia antigua.
- Yo fui a mear.
- No me mientas que Dios te ha visto.
- ¿Sí? ¡hostias! ¿y habrá visto que meo en la pila del bautismo?
- No hay pila del bautismo, solo queda un hueco donde estaba el recipiente con el agua bendita… ¿Qué también meas allí?
- Primero me la meneo y me dan ganas de hacer pis, entonces lo hago en el hueco.
- ¡Madre Santísima, dame fuerzas para soportar esto!
- Si no pesa casi nada. Es ligera. ¿Quiere ver que no es pesada?
Tomás se iba abriendo la bragueta delante del cura, hasta que sacó afuera a su pene del tamaño de un pepino flácido.
- ¡Mete eso en tus calzones! No me imagino como debe ser cuando estás excitado.
- ¿Cómo es estar excitado?
- Eh… mmm… cuando lo tienes tieso. (Perdóname Padre Santo, pero con otras palabras no lo entiende.) eso cuando está tieso.
- Se me pone tieso siempre.
- ¿Cómo que siempre?
- Sí, cuando le mamo la teta a la mama, se me pone tieso, cuando la mujer del panadero me lleva al fondo y me toca, cuando la mujer del de la despensa me ve en el campo, para el coche se baja y me toca, se me pone tieso y ella me lo come… también con la hija del que anda vendiendo…
- ¿El comercial? ¿La hija también?
- Sí, pero cuando más tieso se me pone es cuando el conserje del hotel me lleva a una de las habitaciones y me dice que tiene el culo tapado, que se lo destape.
- ¡Basta! ¡Basta! ¡Por favor no sigas! Me da algo, no estoy preparado para oír esto Señor, no lo estoy…- el cura llora y se enjuga las lágrimas con la sotana.- no puede ser lo que me cuentas, no puede ser. Tú te lo inventas ¿no? Dime que es un invento.
- Está bien, le digo lo que usted quiera.
- ¿Es un invento tuyo?
- ¿Qué?
- Lo que me has contado.
- No.- mira la imagen de una Virgen que amamanta a Jesús, solo que es una lámina muy real.- ahora se me pone tieso.
- ¿Qué dices?
- Que se pone tieso, es sordo usted.
- Juro que quisiera serlo. ¿Y por qué se te pone así?
- Por la Virgen, se le ve una teta. ¿Qué hora es?
- Qué importa la hora, deja eso. Ahora dime, ¿te has acostado con todas esas mujeres?
- ¿Acostado? No, solo me lo comen o me dicen que lo ponga allá o aquí y estoy de pie.
- ¡Ay, por favor Dios, dame paciencia y cordura!
- ¿Quiere gordura? ¿No tiene suficiente? La que tiene gordura es la mujer del que reparte leche, ella me llama por la mañana y me dice que su marido no tiene más leche, pero el marido es un mentiroso, yo lo veo cada mañana andar de casa en casa poniendo leches.
- Y es un repartidor, tiene que ponerla… ¡Ay Dios! Quise decir que es su trabajo el de repartir leche. Y dime hijo, estas mujeres, ¿nunca te dieron algo a cambio?
- ¡Qué va Padre! ¡Si no les quedaba aliento a las pobres! No sé qué les pasa que se van persignándose y muy apresuradas. En un momento creí que venían a verle a usted por todas las señales de la cruz que se hacían.
- ¡Dios Todopoderoso apiádate de esta alma inocente que ha caído en las manos lascivas del maligno! Ruega por él Virgen Santísima, tú que no conociste el mal para concebir, bendícelo para que no peque ni le hagan pecar.
- Bueno Padre, como le va la hora de rezar me voy a casa.
- No hijo, que lo hacía por ti. No debes hacer eso, no debes tener relaciones carnales.
- Vale, si usted me lo dice, yo no voy más con la mujer del carnicero.
- Pero hijo… carnales significa que no debes tener relaciones con mujeres.
- ¿Ninguna?
- Ninguna.
- ¿Y la mama tampoco?
- ¡Ay Cristo, libérame de este tormento! No hijo, con tu madre que es una anciana no debes mantener más relación que la que tiene un hijo con quién le dio la oportunidad de estar aquí, ¿me comprendes?
- No.
- A ver… hijo, con tú madre nada más que atenderla en sus necesidades, solo eso, dedícate a atenderla como lo que es, una anciana, muy viejita, que pronto te dejará solo, piensa en ello y cuídala mucho.
- Ah.
- ¿Has entendido?
- No.
- ¿Qué es lo que no has comprendido hijo?
- Todo lo que dijo.
- Que cuides de tú madre, que está vieja y en cualquier momento se muere y no tendrás teta donde aferrarte.
- Ah.
- Ahora sí, ¿lo has entendido?
- Sí Padre.
- Muy bien. Entonces qué es lo que vas a hacer con tú madre.
- Cuidarla… para que se muera.
- ¡No, por todos los Santos!
- Amen.
- No puede ser, me supera. Tú mente me supera.
- Ah.
- Venga, cuida de tú madre, cuidala que no se muera, por encima de todo que no se muera.
- Sí Padre.
- Vete ahora, ve en paz con Dios y que los Santos te protejan.
- Gracias Padre.
Las cosas mejoraron por ese entonces, gracias al Padre Agustín, que de mañana temprano se hacía el recorrido de Tomás a unos pasos detrás de él. Lo convenció que era bueno salir a caminar y de paso controlaba que no se masturbara en las ruinas, y que ninguna señora honorable del pueblo lo detuviese para hacer de él, su festín mañanero.
Digo que todo fue bien, porque llegó la hora en que todo lo bueno, se tuerce y el maligno mete la cola. 
El Padre Agustín fue reemplazado por un cura más viejo y mañoso. Don Carlos como le llamaban, iba a esa parroquia con la consigna de no acercarse a ningún niño; pesaba sobre él la sospecha de pederastia y decidieron mandarlo a un pueblo alejado para que sus fechorías supuestas se olvidaran. Antes del nuevo destino de Don Carlos, husmearon por el pueblo para saber la cantidad de niños que había y mucha fue la sorpresa que solo había dos, los hijos de médico, que eran pentecostales, por lo tanto fuera del alcance del procaz cura.
Instalado Don Carlos, las mujeres que gozaban con el pepino de Tomás volvieron a buscarle. Nuevamente las ruinas, el campo, el hotel, y demás le llamaron para darse un banquete sexual. 
Don Carlos fue advertido por Agustín antes de marcharse, el cura nuevo le miro se soslayó y le dijo:
- ¿No habrá probado usted de la fruta prohibida Agustín?
- Pero… ¿por quién me toma Don Carlos? Soy, he sido y seré un párroco ejemplar, ni una tachadura en mi legajo, por eso le pido que le cuide, no es mal chico, solo que es tonto y se aprovechan de él.
- Lo cuidaré bien Agustín, lo cuidaré personalmente.
Lo dijo con un rostro de piedra, pero hasta el más idiota se daría cuenta que hallaría la manera de aprovecharse él también del tonto de Tomás.
Después de tres semanas en que Don Carlos fue visitando uno a uno los escasos habitantes del poblado, se cruzó una mañana con Tomás.
- Hijo, buenos días hijo. No te conozco, ¿cómo te llamas?
- Tomás Padre, Tomás como mi abuelo.
- ¡Ah, pero qué bien! ¿No te he visto en la iglesia?
- No voy, solo si el Padre Agustín me llama.
- ¿Y seré curioso, para qué te llamaba el Padre Agustín?
- La última vez… fue para que le mostrara el pepino.
- ¿El qué le mostraste al Padre Agustín?
- Mi pepino, ¿quiere verlo?
No, no, aquí no, pero luego, después de las confesiones, pasa por la sacristía.
Sí Padre.
Muy bien te espero.
A las siete, Tomás fue hasta la iglesia y Don Carlos lo estaba esperando en la puerta.
- Pasa Tomás, pasa a la sacristía que estaremos más cómodos.
- Sí Padre.
Ya dentro, Don Carlos fue directo al asunto.
- Dime hijo, ¿qué es lo que le enseñabas al Padre Agustín?
- Esto Don Carlos.- y se desató la bragueta sacando fuera su pene gordo y macilento.
- ¡Aha! ¡Buen pedazo de… digo, qué grande es tú pepino!
- Al Padre Agustín no le gustaba, me prohibió que fuera con mujeres del pueblo. 
- ¿Y… él cómo fue que te dijo que no le gustaba?
- Me lo dijo.
- Ya, pero para que no te guste algo, generalmente lo probamos, por ejemplo ¿a ti te gusta comer guindillas?
- No, me pican.
- Eso porque la habrás probado, ¿no?
- La probé y me picó.
- Has visto, por eso sabes que no te gusta, ¿no?
- Sí Don Carlos.
- Muy bien, entonces el Padre Agustín para decir que no le gustaba tu… pepino, ¿lo habrá probado antes?
- No, no lo probó.
- ¿Y cómo supo que no le gustaba?
- Será por las confesiones.
- ¿Las confesiones? No entiendo…
- Él me dijo que en el confesionario sabría de mi pepino.
- ¡Ah! Ya, ya, ahora comprendo, claro que sí. Esa es una de las maneras que tenemos los Padres de probar algunas cosas, por el confesionario.
- ¿Quiere usted probarlo?
- ¡No hijo! ¡así no son las cosas! Ya volveremos a hablar de tu… confesión, pero será otro día, que hoy estoy ocupado, así que vete con la protección de San Pancracio que te hará bien.
- Sí don Carlos.
Así fue que Tomás salió a la calle y la primera que encontró fue a la mujer del carnicero.
- ¡Ay Tomás! ¿Me ayudarías a recoger unos cacharros que se me han caído y no los alcanzo?
- Sí.
- Ven Tomasito, ven a casa y te digo dónde se me perdieron.
El Tonto entró en la casa y de la mano de la mujer fueron hasta el dormitorio. Allí ella no perdió el tiempo y le desató la bragueta.
- ¡Ay Tomás! ¡Cuánto tiempo!... pero esto está medio tieso… ¿qué ha pasado? ¿estabas con alguien?
- Con Don Carlos.
- ¡Agh! ¡Qué asco! Estuviste con el cura, esto se va a saber, ¿qué te hizo el cura Tomasito?
- Me preguntó cosas.
- ¿Cómo cuáles?
- Porque al Padre Agustín no le gustaba mi pepino.
- ¡No! ¿Estuviste mostrando tu pepino al Padre Agustín también?
- Sí, el creía que pesaba mucho.
- ¡No! ¡No hay perdón de Dios! ¡Los dos curas! ¡Pobre mi Tomás! Venga que te lavo bien antes de probarlo. Venga.
- Sí, voy.
Poco duró Don Carlos al frente de la parroquia, y el Padre Agustín se encontró que le volvían a trasladar a un convento de clausura sin saber el porqué de la medida.
A la iglesia llegó entonces, un cura joven, el Padre Arturo. Con recomendaciones de la congregación en la que estuviese desde que salió del colegio monacal.
Pronto era el preferido de todas las (pocas) damas del pueblo y aborrecido por los borrachines (muchos) a los que sermoneaba hasta que dejaban el bar y regresaban a sus hogares. A persistente, el Padre Arturo.
Un buen día en el confesionario, Elena la hija de Julián el comercial se acercó y le dijo:
- Padre, he pecado.
- Hija, dime en que has pecado.
- Me duele la tripa, Padre.
- ¿Eso es un pecado?
- No Padre, me duele porque hay algo adentro.
- Vamos por parte hija, te duele la tripa, bien, es porque tienes algo adentro, todos tenemos dolor de tripa de vez en cuando. Adentro tenemos los intestinos, el estómago, el hígado, el páncreas…
- No Padre, me crece.
- ¡Ah! Eso es otro cantar hija. ¿Estás embarazada?
- Creo que sí Padre.
- Eso es un pecado mortal. Has fornicado, dime ¿con quién?
- No sé si decirlo Padre.
- ¿Qué te impide decírmelo?
- Es que… si se sabe, será terrible.
- ¿Por qué?
- Porque me saldrá el hijo tonto.
- Los hijos no salen tontos porque se sepa quién es el padre.
- Es que… el tonto es el padre, Padre.
- ¿Qué tonto?... no será el tonto… ¿Tomás?
- Sí Padre.
- ¡Válgame Dios! Esto iba a ocurrir tarde o temprano, ¿Pero qué es lo que le viste a este hombre tan simple?
- Eh… no sé cómo decirlo.
- Dilo, estás confesándote, dilo.
- ¿Qué le vi?... el pepino, Padre.
- ¿El qué? A ver si entendí bien, ¿qué le viste el pepino? ¿Y con eso quedaste embarazada?
- No entiende Padre, el pepino de Tomás es grande y… a mí me gusta. Un día no me di cuenta y Tomás… me preñó.
- ¡Virgen Santísima! ¿Cómo le decimos esto a tu padre?
- No sé qué hacer Padre.
- Bueno, no desesperes que rezaré y veré que solución le damos. Por ahora has de ayudarme, reza doce Ave Marías y doce Padrenuestros, por la mañana, la tarde y la noche, no dejes de hacerlo o no recibiré instrucciones del Cielo. En cuanto a Tomás no le veas más por ahora, ya veré que nos indican los Santos que hagamos. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ve en paz hija y cumple la penitencia.
- Sí, Padre y gracias. 
- De nada hija, de nada.
La cosa se complicó y mucho. Mientras el padre de la hija embarazada, recorría la comarca vendiendo sus productos que representaba, dio con llegar a Sort, un pueblo que tiene como uno de sus atractivos, una agencia de lotería famosa por dar premios grandes. 
Julián hizo el recorrido de los comercios del pueblo y se tomó un descanso en un bar de la carretera; desde allí y a sus narices, un cartel enorme anunciaba los premios que se jugaban ese sábado. El local de la Bruixa D’Or estaba hasta el tope, la gente no paraba de entrar y salir con su número bendecido por la bruja de la entrada. Aburrido como estaba, Julián no tuvo otra idea que dejarse tentar por el clamor popular y después de la caña con olivas, fue al local a por el número de la suerte. En la cola, delante suyo había una mujer que no paraba de hablar del número que tocó el sábado anterior, el 19042. Julián no tenía ni idea que jugar, así que con el número de la vecina parlanchina, lo dio vuelta y formó el 24091; pidió ese y compró dos billetes de diferente serie.
Pasó el sábado y el domingo en misa, el Padre Arturo le dijo a Julián que le gustaría pasar uno de los días de la semana a hacerle una visita de cortesía. Julián le dijo que no tendría problemas y que el miércoles era una fecha buena, ya que estaría pronto de regreso. El Padre Arturo se frotó las manos y lo agendó para el miércoles. Julián saldría el lunes de viaje y regresaría para la cita con el Padre.
El martes llamó a Elena al confesionario y una vez allí le dijo:
- Hija, mañana voy a ver a tu padre y a ti, procura hacer tus oraciones para que todo salga bien, le diré que estas embarazada, de ese modo no lo harás tú sola y con las malas consecuencia que eso le puede traer a un padre.
- Sí, Padre, haré lo que diga.
- Muy bien, vete en paz y reza como te dije. Todo saldrá bien, el Señor nos acompañará.
El Padre salió y buscó a Tomás. Lo llevó a la sacristía para tener una entrevista.
- Hola Tomás, no te conocía aún, es una buena ocasión para hacerlo. 
- Sí Padre.
- Dime Tomás, ¿cómo está tu madre?
- Muriendo Padre.
- ¿Cómo me has dicho?
- Muriendo Padre.
- ¿Está tan grave?
- No, ella está bien.
- ¿Entonces? No te entiendo.
- El Padre Agustín, me dijo que cuidara de mi madre porque se estaba muriendo a poco.
- ¡Ah! No, lo que quiso decir el Padre Agustín es que es mayor, grande, viejita y que no estará mucho tiempo con nosotros.
- ¡Ah! ¿Y dónde se irá?
- Al cielo supongo.
- No hay autobús para el cielo, yo no lo he visto.
- Mmm… es que no se toma un autobús para ir al cielo. Las personas cuando llegamos a cierta edad, dejamos nuestro cuerpo y el alma se va al cielo.
- ¿Dejamos el cuerpo?
- Sí, así es Tomás. Lo has entendido.
- ¡Ah! Qué bueno.
- ¿Por qué bueno?
- Porque así me quedo con las tetas de la mama y las puedo chupar a todas horas.
- … ¿Qué has dicho?
- Que me quedan las tetas de la mama así las puedo chupar a cualquier hora.
- … ¿Y?... ¿Tú le tomas el pecho a tú… madre?
- Siempre, desde que era así de chiquito. A las cinco de la tarde.
- … Eh, bueno tendré que hacerle una visita a tú madre para conocerle mejor. Mira Tomás hay algo de lo que quiero hablar.
- Usted también Padre.
- ¿Qué?
- Si quiere hablar de mi pepino como los otros dos Padres.
- Este… eh, bueno sí y no, tiene que ver y no, el caso es, o mejor…
- No le entiendo nada Padre. ¿Quiere que saque mi pepino?
- ¡No! ¡Por Dios Santísimo! Deja eso donde está.
- Está bien, no grite Padre.
- Perdona Tomás. Es que el caso es grave.
- ¿Mi pepino tiene culpas?
- Sí, o no, mira el caso es que por andar usando y abusando de tus partes personales, has dejado a una niña embarazada.
- ¿Qué es eso?
- Mira Tomás no te han explicado nada por lo visto, así que comenzaremos por el principio…
El Padre Arturo estuvo tres horas y media enseñando a Tomás las funciones de su pene, las relaciones sexuales, el nacimiento de los hijos, la concepción y las consecuencias de todo ello. Al cabo de ese tiempo, Tomás salió de la iglesia y se encontró con la mujer del despensero.
- Hola Tomás. ¿quieres dar un paseo por el río?
- No, ahora ya sé que se hace con mi pepino.
- ¡Ah! ¿Sí? ¿Y qué se hace?
- Tomasitos, muchos Tomasitos y si uso el pepino con cualquiera habrá tantos Tomasitos que el mundo y la tierra no lo soportarán, vendrán los ángeles del cielo y con espadas afiladas cortarán todos los pepinos, y luego la Virgen María bajará y coserá los agujeros a las mujeres.
- ¿Y eso quién te lo dijo?
- El Padre Arturo.
- Me va a oír ese padrecito. Deja que le agarre mañana en el confesionario.
- Es cierto, me mostró fotos y todo.
- Se me fueron las ganas de pasear Tomás, hasta mañana.
- Yo tampoco quería ir.
El miércoles llegó y el Padre Arturo tenía sobre su cabeza varios asuntos, el de Elena, el de Tomás, el de las feligresas que le acusaban de no sé qué cosa del confesionario y la falsa doctrina, y el de visitar a la madre de Tomás por el asunto de darle el pecho a los 40 años. Menuda agenda, creo que el Papa no lo envidiaría, y solo en un pueblo de menos de cien habitantes.
Fue a casa de Julián, le atendió Elena y le dijo que su padre no había regresado aún, le invitó a pasar y beber un té mientras esperaba.
A la hora llegó Julián, completamente borracho.
- Hija, Elena, usted es una princesa, ¿lo sabía? ¡Ah! Hola Padre, ¿Qué hace usted aquí? ¿Viene a bendecirme? No hace falta, yo mismo iré al Vaticano a que el Papa me dé la bendición.
- ¡Padre! ¡Padre, venga y siéntese, que lo veo algo mareado!
- ¿Mareado? ¡No hija del alma! ¡Estoy feliz cómo una perdiz! ¡Qué feliz, felicísimo estoy!
- Vale padre, vale, ya se pondrá mejor. Padre Arturo parece que no será buen momento para hablar con él.
- Deja a tu padre hablar con el Padre de padre a Padre. ¿Tiene hijos Padre?
- No, soy célibe.
- Esa raza no la conozco, ¿Es de lado de los vascos?
- No, quiero decir que soy soltero.
- ¡Ah! Llega justo, usted parece buen candidato para mi hija, si ella lo acepta, mañana hacemos la boda, yo pago todo, no se preocupe.
- Jejeje, no creo que el Santo Padre lo acepte.
- ¿El Santo Padre? ¿Su abuelo?
- No, jajaja, el Santo Padre, el Papa.
- A ese voy a ir a verle en persona para que me bendiga, que los curas de acá no son de fiar.
- Yo soy su cura Julián.
- ¿Usted? ¿Y se quiere casar con la Elena? ¿Lo deja el Papa?
- Mire, mejor vengo mañana por la mañana y hablamos de un asunto.
- Eso, venga mañana que arreglamos la boda, que al Papa lo voy a ver en persona.
Arturo, el Padre Arturo era un mártir en la cruz de Cristo, clavado, vilipendiado y entre borrachos y ladrones. Miró al cielo y preguntó por su destino. Un pájaro que pasó volando le acertó una cagada en el hombro. El cura no quiso volver a mirar a los cielos ese día.
El jueves por la mañana el Padre Arturo pasó por la casa de Julián y le dejó un recado, lo esperaría en la sacristía para hablar con él. Odiaba a los borrachos y la escena de ayer le había sacado los colores.
A las 11 de la mañana, Julián con una tremenda resaca se presentó ante el cura.
- Aquí estoy Padre, en primer lugar Padre, le pido de rodillas disculpas por la escenita de ayer, usted aún no sabe a qué se debió.
- Ni lo quiero saber Julián.
- Es que tengo que confesarlo.
- Bien, vamos al confesionario y luego a la sacristía dónde hablaremos de otros asuntos.
- Padre, he pecado.
- No es novedad hijo.- el cura estaba medio mosqueado.
- He pecado y he comprado un número de lotería.
- Eso no es pecado hijo, si así fuera estarían todos perdidos.
- Es que me fui de putas.
- Eso sí es pecado. ¿es que no piensas en tu hija?
- En ella justamente pensaba.
- ¿Mientras estabas con las señoritas esas?
- No, Padre. Resulta que he ganado el premio mayor. ¡Dos millones de euros Padre!
- … ¡No me digas! ¡Dos millones! ¿Y ahora qué vas a hacer Julián?
- Primero pagar una limosna grande para la iglesia y los pobres, luego pensar en mi hija.
- ¡Ay Julián!
- ¿Qué pasa Padre? ¿Está enferma la niña?
- No Julián, no. Ven vamos a la sacristía.
- Es que no le voy a dar la ofrenda ahora, tengo que cobrarlo el lunes que viene.
- No es por la ofrenda.
- No, ¿por qué es?
- Entra y te lo digo.
Una vez que estuvieron sentados, el Padre hizo una oración convocando a los Santos Custodios y encomendarse a ellos.
- Julián, ayer tenía premura por hablar contigo por un asunto.
- Diga Padre. Lo escucho.
- Tú eres un hombre piadoso, que da para los pobres y vienes por los sacramentos, por eso te he convocado aquí. Quiero que sepas de mi boca algo referente a Elena.
- … ¿Qué le pasa a mi hija?
- Está embarazada Julián. Parece que de tres meses.
- ¿Embarazada mi niña? ¿Y ahora qué hacemos?.- Julián se largó a llorar.- es mi culpa Padre, mi culpa, por dejarla sola tanto tiempo, a la madre en su lecho de muerte le prometí que no la dejaría nunca sola.
- Julián, que Elena tiene treinta años.
- Sí, pero un padre no deja de ser padre, hasta que uno muere sigue siéndolo.
- Tienes razón en ello, mucha razón.
- ¿Sabe quién es el padre?
- Sí y no te va a gustar.
- Dígamelo Padre, de su boca salen las soluciones del Cielo.
- Gracias Julián, gracias, pero esto es grave.
- ¿Está preso? ¿Es drogata?
- No, es tonto.
- ¡Tomás!
- Sí, ¿cómo supiste que es él?
- ¿Qué otro tonto hay en el pueblo que tenga un?… ¿puedo decir pene?
- Sí, dilo.
- Un pene de tal tamaño, si todos lo sabemos, a Tomasito no hay quién le gane. Y tarde o temprano iba a pasar por el pepino de Tomás.
- ¿Quién le puso el apodo de pepino?
- El Padre Agustín.
- ¿El pederasta?
- No, el Padre Agustín era un señor Padre, muy bueno, con Tomás le tenía mucha paciencia. Lo quería y lo aconsejaba, pero el niño es tonto y solo sabe sacar partido de lo que la naturaleza le ha dado.
- ¿Tú… tú aceptarías a Tomás como yerno?
- Si Elena lo quiere, sí. Sabe es un tonto pero puede darme nietos a montones y eso lo necesito, hemos estado muy solos los dos.
- ¿No temes que la tara sea hereditaria?
- No, para nada, el pobre de Tomás nació así porque se pasó de tiempo en el vientre de la madre, que si no era una luz como todos en la familia, claro menos él que solo heredó el pepino.
- ¿De quién?
- Del padre, de quién podría ser.
- ¡Ah! El padre era igual que Tomás.
- Claro, cuando él murió, la madre se volvió medio loca y quería acostarse con el hijo, pero el Padre anterior a Agustín le puso penitencia y consiguió frenar la cosa.
- ¡Ah! ¡Ahora comprendo! Menos mal que he hablado contigo.
- ¿Eso era todo Padre? Organicemos la boda que quiero darme el lujo de pagarla toda.
- No, estás bajo penitencia eclesiástica.
- ¿Por qué?
- Por irte de pu… perdón Dios, por irte de jaleo por allí y no pensar que podías contraer una enfermedad, ¡hala! Penitencia de rezar el Padrenuestro y el Ave María mañana, tarde y noche, por un mes.
- Sí Padre.
- Y el lunes te acompaño a cobrar ese dinero, que no quiero que te tientes por allí.
- Padre, hacía mucho que no… que no tocaba una mujer.
- Pues ahora te van a sobrar y es mejor que si llega, elijas bien, (no cómo tú hija).
Así fue que el tonto del pueblo, no solo tenía amores clandestinos con todas las mujeres de aquel sitio en las montañas, sino que fue el tonto más rico que tuvo la comarca. Llenó de nietos a Julián e hijos a Elena, compraron un campo y el Tonto de Tomás se encargó de los animales. Pero nunca falta la lengua larga que anda desparramando chismes, seguro que una de las despechadas al verse privadas del pepino de Tomás, ha dejado caer que lo han visto al tonto, montándosela a una vaca.
Es el pueblo, que le vamos a hacer.



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