EXTRAÑO CASO



Aturdido es la mejor manera de describir el estado en que me hallo.
No hay dolor que indique algún traumatismo o lesión anterior a los hechos.
Solo la visión borrosa producto de algo que me han dado para sedarme.
La primera acción después de la comprobación de estar vivo, ha sido situarme en el lugar en que me encuentro; es una habitación cuadrada, sin ventanas, con una única puerta gris que poco destaca sobre el blanco sucio de las paredes y techo. Me llama la atención el color del suelo, es rojo oscuro, uniforme y sin juntas, como una única capa de algo sólido pero mullido al peso del cuerpo. No hay ningún mobiliario, absolutamente nada, de hecho estoy sentado en este extraño y cómodo (por así describirlo) suelo. La luz no tiene un punto definido, puede venir de las mismas paredes o del techo, pero no advierto al momento de una fuente puntual, es posible que hasta el mismo suelo sea parte de la iluminación, es desconcertante. No se escucha sonido alguno, el silencio completo simula una sala preparada para ser insonora por completo.
Voy acostumbrando la vista a esta especie de fosforescencia que todo lo abarca; me doy cuenta que al no haber un punto de iluminación, mi cuerpo no produce sombra, es muy interesante mirar en rededor y no hallar esa huella de oscuridad que siempre nos acompaña.
Observo la puerta y encuentro detalles; el gris que en un principio creí que tenía es una mezcla entre el rojo muy atenuado del suelo, con el blanco deslucido del resto de la habitación; en sus bordes, tal vez por una ilusión óptica, son difusos y cuanto más los miro más parecen integrarse sin una línea de separación, a la restante construcción. Es sólida; me he acercado y al tacto se parece metal, pero me ha recordado al plomo, que muestra cierta plasticidad. Es totalmente lisa; sin picaporte, sin molduras, nada que indique un tipo de cerradura, y el supuesto solapamiento entre marco y puerta propiamente dicha, es una finísima línea que define el rectángulo, pero que pasa desapercibida si me alejo tan solo unos treinta centímetros.
Han pasado unos minutos desde que desperté, los efectos del sedante se van disipando con lentitud y la ansiedad se hace presente al entender que estoy encerrado sin comunicación posible con el exterior y sobre todo si mi consentimiento.
Golpeo suavemente la puerta que devuelve un sonido amortiguado, subo la fuerza del golpe y curiosamente la respuesta es la misma sin importar la fuerza que aplique. Es evidente que no podré conseguir mucho gastando energías en llamar de este modo, quiero avisar que he despertado y que deberían darme alguna explicación de lo que ocurre.
Reflexiono, me siento con las piernas cruzadas y pienso intentado recordar lo sucedido antes de estar aquí.
Aunque no sé cuánto tiempo hace que estoy encerrado, supongo que no ha pasado aún el día, por lo que hoy es lunes 22 de diciembre.
Intento recordar las horas anteriores a despertarme aquí, la confusión me pone un manto neblinoso que despacio se despeja.
Hago memoria desde un comienzo, ¿quién soy, que soy, dónde vivo, cuál es mi familia, que estaba haciendo antes de mi supuesto secuestro, qué razones hay para que esté aquí?
Soy Rafael Honorato García, tengo 36 años, vivo en la calle Esperanza número 46, de la capital, soy ingeniero industrial, trabajo en la empresa Hoolkar de insumos eléctricos e instalaciones de baja y media tensión, mi puesto es de supervisor de montaje, tengo un equipo de personas a cargo, David, Celia, Gustavo, Andrés… algunos más que no recuerdo sus nombres; estoy casado con Leyla y tenemos dos hijos, Sebastián y Andrea, hace doce años que estamos casados. Mis padres han fallecido en un accidente hace tres años, nos mudamos a su casa luego del fatal choque, ambos murieron e iban acompañados de mis suegros que salieron ilesos. Ayer estuve en la planta de generación de la empresa Transporte Energético de Tarragona; llegué a la mañana a las 9 en punto a la obra, estuve hasta el mediodía metido en la estrecha oficina del obrador; hacía frío. Nos fuimos a comer a las 13 hasta las 14:30 en que regresamos a la faena. Entre las 15 y las 16 me llamaron por teléfono diciendo que mi mujer estaba hospitalizada por un choque con otro automóvil, salí corriendo, subí a la camioneta de la empresa y me dirigí por la carretera que me lleva a la autopista, iba pensando con desesperación por qué los accidentes nos perseguían en nuestras vidas, recordaba a mis padres… no puedo seguir pensando que pasó luego, no lo recuerdo… por más que me esfuerce es una zona en blanco.
Regreso a los hechos de esa tarde, repaso cada momento que tengo fresco aún, pero llego a ese espacio entre 15 y 16 y no hay nada en la carretera y… ¿Qué ocurrió allí?... ¡Sí! Baje del coche porque me interrumpía el paso una rama que cruzaba de lado a lado, entonces… ¿Qué sucedió entonces?
¡Un momento! Se escucha una especie de zumbido, como el de un moscardón o una abeja. Busco el origen pero no veo nada. Por fin el sonido se apaga, el silencio es total. Pasan unos segundos y el zumbido regresa, ahora se abre la puerta… no, no es la puerta, es una puertecilla pequeña que no había visto, está a la altura de mi cintura en la misma puerta; se ha abierto y sale una tabla con un vaso con líquido azul y un plato donde hay dos croissant, parece una merienda. La tabla queda a la vista y la pequeña puerta de ha cerrado, queda casi invisible.
Observo detenidamente la mesilla que ha quedado suspendida rozando apenas el lugar de donde salió; me incorporo y estudio todo el conjunto, no me fío de nada. Me pregunto si habrá en algún sitio o resquicio, cámaras, micrófonos o una salida de gas letal, o aunque más no sea una intromisión en esta soledad que comienza a abrumarme. Inmutable, si así se me permite describirlo, la bandeja sigue allí, han pasado algunos minutos y me debato entre tomar o no lo que me están ofreciendo, estoy casi seguro que no es lo que aparenta ser. Al fin la curiosidad es más fuerte; me acerco a la mesilla y meto el dedo en el líquido, está tibio y su consistencia es similar a la gelatina poco cuajada; la huelo y me recuerda a una bebida de naranjas que bebía de chico y que me agradaba mucho. No puedo resistir y paso la lengua por mi dedo, sabe a esa bebida sin dudas, siento que la sed producto de la resaca después de la sedación, pasa en alguna medida. Miro las pastas y me pregunto si sabrán a lo que simulan ser.
Otra vez la curiosidad es más fuerte que la prudencia, tomo uno y lo muerdo con la precaución de escupirlo de inmediato si notara algo inusual, pero al contrario su olor y sabor es como el de las panaderías de antaño, con algo de leña del horno, con el azúcar fundida y ese sabor a la mantequilla tan característico, por un momento recuerdo a Francia y sus pastas típicas en los cafés del boulevard Saint Germain, en Paris como el Café de Flore donde solía ir a codearme con los intelectuales, no hace mucho tiempo. Por aquellos días, la filosofía me había enamorado y no me alcanzaba el tiempo para leer a cuanto ensayista lanzaba un escrito.
Entre recuerdos me he comido el croissant y muy a gusto me he quedado. La soledad angustiosa que comenzaba a hundirme ha desaparecido al tener esa cercanía a cosas tan apegadas a mi memoria; mi natural desconfianza y mi maldita preparación academista de analizar todo lo que sucede a mi alrededor, me pone en alerta y me pregunto si será que lo que he comido estaba dosificado con alguna sustancia que me ha provocado un aumento de la euforia. Instintivamente me llevo el vaso a la boca y degusto un zumo de naranjas azules, para cuando me doy cuenta es tarde y me he bebido todo.
He pasado varios minutos revisando cuidadosamente las reacciones de mi organismo para saber cuánto de malo me está haciendo lo ingerido, pero no tengo ninguna reacción, solo algo de modorra que puede deberse a los sedantes que me han dado.
No sé en qué momento fue, abstraído por la revisión de mi cuerpo, no lo he notado, pero la mesilla con el vaso y el plato para las pastas, ha desaparecido. Alguien desde afuera debe estar observándome y midiendo mis actos, me siento como los monos de los experimentos científicos e imagino a una docena de hombres calvos y barbudos, meciéndose la barbilla y evaluando mis comportamientos.
Otra vez el zumbido. Espero y no ocurre nada. Paso esperando que suceda algo por largos minutos, al fin tengo la sensación de algo que me ha picado el trasero, como estoy sentado sobre el suelo, me levanto de un salto, miro por todos lados y no veo nada, sin embargo el pinchazo ha sido real, tengo un pequeño ardor en el glúteo derecho.
Tengo sueño, me estiro en el suelo a todo mi largo y voy entrando en un sopor imposible de evitar, por más que hago ingentes esfuerzos de mantenerme despierto. Temo que haya sido nuevamente sedado.
Me despierto con renovadas energías, como si hubiese descansado un año. A mi alrededor nada ha cambiado, estoy sin depresión y solo tengo expectativas de lo que pueda ocurrir en adelante.
Escucho otra vez el zumbido. Me pongo en alerta. De la puerta sale la mesilla con un plato de humeante guisado como los de mi madre, hay un vaso con un líquido rojo y otro con lo que parece agua; a un lado del palto descubro unas pequeñas hogazas de pan, una servilleta similar a la tela y una cuchara metálica.
Tengo hambre y como no ha pasado nada con lo que anteriormente he comido, tomo la cuchara y ataco al guisado, la primera impresión me deja boquiabierto, es igual en todo a los que preparaba mi madre. Su recuerdo vienen a mi mente con una nitidez única, la nostalgia me embarga y me siento triste por su muerte.
Tomo el vaso rojo y lo pruebo, y aunque no soy un experto, podría jurar que es el mismo vino que bebía mi padre, un tinto joven de las viñas del Priorat, muy particular. Solíamos compartir unas copas en la mesa que se prolongaban en la sobremesa hasta entrada las tardes de los domingos, en conversaciones filosóficas; él era un autodidacta y tenía información que escapaba a los canales comunes, por lo que se volvía muy interesante su charla, le escuchaba más que lo que intervenía en el diálogo. Mientras mi madre le daba a los cacharros y conversaba con mis hermanos menores o mi mujer. Mis padres eran muy comunicativos y no perdían la ocasión de hacer de la conversación más trivial, un mundo de experiencias que transmitían con naturalidad.
Nuevamente me he enredado en mis memorias y me he comido todo con el apetito de un animal. La supuesta cena ha sido deliciosa, acorde a lo que iba recordando con los sabores familiares, es similar a haber estado en la casa de mis padres esos domingos interminables y tan queridos. Ahora tengo nostalgias de esos años, me adormecen las canciones de mi madre con mi padre al piano, hacían un dúo perfecto tanto en la vida matrimonial como en la interpretación de música. Los sábados y domingos no pasaban sin que tuviesen algún invitado a quién homenajeaban con sus temas preferidos. Cuando con Leyla y los niños muy pequeños aun, íbamos ellos accedían a las mías preferidas, Nueva York, Nueva York o Cantando bajo la lluvia, la banda de Bucht Cassidy, algunas brasileras como Chuva de prata o Você abusó y las catalanas de toda la vida, L’Estaca, Dona’m la ma, y a los niños La Gallineta.
Le escucho esa que tan bien hacían, Que tinguem sort… eran admiradores incondicionales de Lluis Llach, mi madre le da un tono tan íntimo que para los pelos. Me quedo escuchándola y de pronto pego un respingo, la música desaparece y me doy cuenta que la he estado escuchando de verdad, que era su voz la que cantaba y no mis recuerdos. Me turba pensar que estoy pasando por un extraño suceso, algo que no domino y que escapa a lo que es conocido comúnmente. Pienso buscando explicaciones lógicas, sin embargo no sé qué a alguien le haya ocurrido algo por el estilo.
Algo similar y lejano como el miedo se hace de mí.
A pesar del sorpresivo estado de alerta, el sueño es mucho más fuerte que mis deseos de saber la verdad y poco a poco me voy durmiendo.
Me despierto; estoy estirado en una suave hierba de un campo al costado de la carretera rumbo a Barcelona, en el mismo lugar donde me paré a quitar la rama que impedía mi paso. Tomo el móvil y llamo a mi mujer con la esperanza de que alguien lo tome y me conteste respecto a cómo está. Me responde ella y le pregunto cómo está:
-       Estoy bien, ¿cómo tengo que estar? ¿pasa algo?-
-       Leyla, me avisaron que estabas en un hospital por un choque de coches, pero ¿estás bien?
-       Claro que lo estoy, y no he chocado con nada, ni siquiera he salido hoy. ¿Qué pasa Rafael? ¿Dónde estás? ¿Quién te dijo esa barbaridad?
-       Estoy en la carretera, camino a Barcelona, salí pitando cuando me avisaron de tu choque, luego… bueno, luego no sé qué ha pasado…
-       ¿Qué dices? No he chocado, ya te digo que no he salido y ¿Qué es lo que ha pasado?
-       No sé… no sé qué ha pasado, es una cosa muy rara, demasiado rara. No puedo contarte por teléfono, voy a casa.
-       ¿Te vienes?, ¿Has avisado en el trabajo?
-       ¡A la mierda el trabajo! Debo ir a casa y hablaremos, te contaré lo que ocurrió.
-       Me dejas preocupada… ¿estás bien?
-       Sí, sí que estoy bien, ya voy para allá.
-       Ven despacio por favor.
-       No te preocupes.- cuelgo.
Llegué a mi casa y luego de dejar a los niños jugando, no sentamos en la sala a conversar, le conté con el detalle de todo cuanto había ocurrido, sin dejar nada olvidado, ni los sentimientos o las voces de mis padres. Ella me escuchó atentamente y solo me dijo si no era posible que me hubiese golpeado con algo y en el desmayo hubiese tenido esas pesadillas.
Miré el reloj, marcaba las 15:30.
-       ¿Qué hora tienes?
-       Las 15:32, ¿por qué?
-       No sé ahora es peor…
-       No te entiendo.
-       Salí del trabajo entre las 15 y las 16, como pueden ser las 15:30, de Tarragona, la obra hasta aquí hay 1hora y media como mínimo, ¡qué digo! 2 horas.
-       Llama al trabajo y pregunta a qué hora has salido.
-       Vale.-marco el número de la oficina y me atiende Ariel.- Hola Ariel, ¿puedes darme con Andrés?
Andrés es el segundo ingeniero en la supervisión y él supo que me iba por el accidente.
-       Hola Andrés, te parecerá extraño, pero necesito saber a qué hora me he ido de la oficina con la mayor exactitud posible.
-       Hola Rafa, ya te digo… te fuiste a las 14:45 o 14:50 lo sé porque al salir me llamó el ingeniero Perez Trial y quedó registrada la hora.
-       Y dime otra cosa, respondeme lo que pienses pero que sea la verdad, ¿Por qué me fui?
-       Este… ¿estás bien?
-       Sí, no te preocupes.
-       Vale, te fuiste porque te llamaron de urgencia desde el Vall’Hebron por un accidente de tu mujer.
-       ¿Estabas presente cuando me llamaron?
-       Claro, estábamos viendo los planos de la tubería A-53 que llevará sulfúrico a la segunda planta, ¿no lo recuerdas?
-       No… quiero decir, sí, pero… bueno ya te daré la explicación detallada, lo importante que mi mujer no ha sufrido ningún choque, está bien en casa..
-       ¿Cómo? ¿ya estás en Barcelona? ¿macho cómo hiciste? ¿a cuánto fuiste por la carretera? No puede ser, me estás tomando el pelo, te quedas conmigo.
-       Te lo juro, estoy en casa, si quieres te paso con Leyla.
-       No, si tú lo dices, está bien, pero no comprendo nada, fíjate que si no me equivoco son solo 35 minutos que le has puesto, eso no se hace con nada, excepto hayas tomado un vuelo, que ni aun así sería posible…¿seguro que estás en tu casa? Dame con Leyla por favor.
-       Hola Andrés, soy Leyla.
-       Hola Leyla, ¿está todo bien?
-       A decir verdad no, pero mejor que te lo cuente Rafa porque yo no entiendo nada de lo que ha ocurrido.
-       Está bien, no te preocupes, ya hablaré con él y me contará, gracias por atenderme, quería estar seguro que Rafa estaba en casa y que estabais bien.
-       Sí, sí, estamos bien, no te preocupes.
-       Vale, un beso.
-       Hola Andrés, mira mañana te cuento lo que ha sucedido.
-       Vale hombre, mañana hablamos.
-        
Nota del narrador:
A la mañana siguiente Rafael no se presnetó a trabajar, pasado el mediodía Andrés le llamó a su casa y luego a los móviles de él y su mujer, pero nadie respondió.
Hacia la noche, y antes de ir a su casa, preocupado pasó por la de ellos.
Afuera estaba la camioneta de la empresa, el coche de Leyla, ambos aparcados uno al lado del otro. Se acercó y llamó a la puerta, no respondió nadie, alarmado llamó a la policía. Cuando llegó la primera patrulla hicieron una inspección por fuera y luego intentaron ingresar a la casa, la puerta estaba sin llaves, las habitaciones daban la impresión que recién se hubiesen ido, pero el abrigo de Rafael y de Leyla estaban en el perchero de la sala, la ropa de los niños en los armarios, los móviles sobre la mesa de la cocina, el televisor encendido, las carteras con documentación en el bolso de Leyla estaba intacta, como el dinero que tenía. Todo daba la sensación que se hubiesen ido de prisa y sin tocar nada, esfumados en medio de una tarde o noche común.
La policía dejó un coche de guardia y Andrés hizo la denuncia de desaparición de un matrimonio y dos niños.
Desde aquella víspera de navidades no se supo más de ellos, el caso sigue sin resolución y abierto; los padres de ella han fallecido a los seis meses de ese suceso por causas no muy claras.
Rafael era aficionado a los discos de vinilo. Cuando Andrés entró junto a la policía a la casa, en la sala estaba puesto un viejo tocadiscos que había comprado Rafael en una subasta, y el disco puesto era Bucht Cassidy and the Sundance Kid. Lo extraño es que cuando se hizo el inventario de lo hallado no figuró el aparato ni el disco. Andrés preguntó por él y no le supieron dar mayor detalle, solo que no estaba; como los cuatro, solo quedó un libro abierto en la mitad que tampoco figuraba en el inventario: el Caso del Mary Celeste.




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