Alerta Sagrada (2ª Parte)
Hacía solo 35 minutos que todo se fuera por la
alcantarilla en la desesperación y locura del fundamentalismo más extremo; no
tenía dudas de lo que había motivado el desastre, cinco bombas para asegurarse
que no quedaba piedra sobre piedra de la Sagrada Familia. Las cinco explosiones,
con diferencias de segundos, les tenía metidas en la cabeza, incrustadas; ahora
quería entrar allí por dos motivos, la curiosidad morbosa que me impulsa a saber
cómo se hizo y la ayuda a los posibles sobrevivientes.
Me escabullo de algunos policías que tratan de
poner orden y llego donde estaba la fachada de la Gloria.
Estoy en la salida del Passatge de Font, puedo
ver las ocho columnas, la explosión inicial fue en la cuarta comenzando desde
la izquierda, pero comprendo que no fue al nivel del suelo, sino en donde
comienzan los tres ventanales; es evidente que allí detonaron la primera bomba.
Intento entrar, pero es prácticamente
imposible debido a los escombros y los trabajos de los bomberos; la fachada
tiene un orificio impresionante en lugar del primer ventanal. Miro hacia arriba
y veo que un gran trozo de mampostería está a punto de caer. Grito:
- ¡Cuidado!
¡Se cae, se cae un pedazo! ¡Salgan de allí, salgan!¡Rápido, rápido!
A los gritos me abalanzo contra los policías y
bomberos, empujándoles dentro, la desesperación hace que saque fuerzas de donde
no hay y consigo que entren casi todos; dos médicos que llegaban corriendo por
los gritos, creyendo posiblemente que había alguien vivo y que necesitaba
ayuda, los toma por sorpresa y son aplastados por más de 500 kilogramos de
estructura.
No sé qué es lo que grito, todos los que
empujé salen a intentar sacar a los médicos, pero es imposible que estén vivos.
Un río de sangre sale debajo del derrumbe y el alma se me hace pedazos. Rompo a
llorar en cuclillas frente a un nuevo horror.
Algunos de los que entraron debido a la
advertencia, pasan a mi lado y me abrazan o me palmean la espalda, no encuentro
consuelo en ello, me siento culpable de esas muertes; no comprendo las
emociones que se entrecruzan y el llanto es el único escape.
A mi costado, sucia por todo lo caído, asoma
una cámara de fotos. Instintivamente alargo la mano para tomarla y descubro que
está sostenida por una manita pequeña; escarbo con mis manos mientras pido que
me ayuden. Al tocar la mano, uno de los deditos se ha movido, puede que esté
aún con vida. No siento dolor, sin embargo las manos están sangrando por las
heridas que provocan las filosas aristas de la mampostería, nada me importa más
que comprobar si el niño o niña tiene signos vitales. Llegan otros y me ayudan
con el bloque más grande. Es una niña japonesa o coreana, no sé definir sus
rasgos, la cara la tiene hinchada por las magulladuras, ha quedado atrapada
entre dos grandes trozos de material y sus piernas están atrapadas por un
tercer bloque.
Un bombero que ve mis manos me alcanza un par
de guantes que saca de su bolsillo, le miro solamente y continúo sacando partes
del derrumbe sobre la niña. Ella abre uno de sus ojitos y eso me da esperanzas,
le digo que esté tranquila que ya la sacaremos, le tomo su manita con la que
sostenía la cámara luego de sacar el guante de la mía, noto el calor de ese
cuerpecito y le repito que esté calmada, con un movimiento pequeño ella gira la
cabecita hacia su derecha, parece que me indicara algo; le pregunto si hay
alguien más, pero es posible que no entienda el castellano. Mira hacia otro
bloque, no entiendo pero es cómo si me hablara, si me dijera que hay otro
cuerpo y de su familia probablemente.
- ¡Aquí
hay alguien más! ¡No pisen ese bloque, no lo pisen por favor, que hay alguien
allí, coño!- aparto a un policía que ayuda, del lugar que parece señalar la
niña.- ¡Salga, salga de allí, que hay alguien abajo!
El policía con un bombero de inmediato levantan
el cuarto de los bloques; debajo yace una mujer que aparentemente ha muerto.
Liberan la niña y un médico revisa el pulso de
la mujer, sigue con vida aunque en un estado en extremo delicado.
Me aparto, no puedo más, las piernas me
tiemblan, es demasiado horror para mí.
Un médico de los que componen el equipo que
sacaron a la niña se acerca. Junto a él está el oficial, Virgilio con su propio
infierno.
- Gracias.
Ha hecho mucho, descanse y vaya a su casa, nosotros nos encargamos de esto, ya
hizo bastante.- el médico intenta calmarme.
- No
lo hice, no, no hice todo, no vi a los compañeros suyos que venían corriendo,
debí pararlos, murieron por mi culpa, no era necesario, ¡por Dios! Esto es
demasiado injusto.
- Sí,
ellos murieron, pero usted ha salvado muchas vidas, lo de la niña ha sido un
milagro que viera la cámara. Y la mujer vivirá, por eso váyase a su casa y
descanse.- el oficial insiste que me vaya.
Estallo.
- ¿Por
qué? ¿Dígame por qué? ¿Qué tienen en sus corazones estos hijos de puta? ¿Qué
responsabilidad tienen estos muertos en los asuntos de ellos? ¡Hijos de puta!
¡Que no se me cruce un moro de mierda, un árabe puto, que no se me cruce!
- El
perdón es importante en estos casos…- el oficial lo dice casi en voz baja y con
los ojos fijos en el suelo.
- ¡Qué
me dice hombre! ¿Pero es que no se da cuenta de la mierda que son?
- Yo
soy de Marruecos, soy un moro de mierda, soy musulmán.
Me tomo la cabeza, la furia no deja de salir
por mi boca y los músculos se tensan como para romperse; me voy contra él y lo
tomo del cuello, él no reacciona, solo me mira.
- Si
es musulmán, explíqueme, deme una razón por la que hacen esto, dígame que
mierda creen, que les hace que se inmolen con dinamita en medio del gentío. ¿En
qué creen ustedes hijos de puta? ¿No ve con sus propios ojos lo que han
provocado vuestra religión, vuestra fe? ¿Esto es creer, matar a inocentes? ¡Si
tienen tanta mierda en la cabeza y necesitan sacarla matando, maten a los
gobernantes, maten a los que dirigen las guerras, los que están sentado en sus
oficinas de lujo negociando nuestras vidas! ¡Es que no entiendo! ¡Mueren
matando a gente que no tiene nada que ver con vuestras creencias! Ninguno de
estos que han muerto, no se cagó el Alá, no insulto al Islam, ni siquiera
debieron saber que Alá existiese, y cinco hijos de putas, fanatizados han
destruido familias completas!
- Serénese,
no le hace bien ponerse así. Siéntese y le ayudaré a comprender, no a
justificar, pero serénese.
- ¡Serenarme
una mierda! ¡Por serenarnos tanto es lo que ocurre! ¡Por no actuar del mismo
modo que lo hacen ellos! Comprendo que usted sea musulmán y no terrorista,
comprendo que hay que ser tolerante con otras culturas, pero ¿Qué clase de raza
es esta que matan indiscriminadamente a cualquier persona que se cruce? ¿Dice
algo el Corán de esto? ¿Lo dice, eh?
- No,
no lo dice así, los fundamentalistas lo interpretan mal y solo para justificar
su guerra de conquista. Solo le pido que deje de ponerse así, usted es una
persona muy valiosa, serénese, se lo pido por favor.
- Tranquilo,
sí, tranquilo están los gilipollas de los gobernantes, que no impiden que esto
siga ocurriendo.
- ¿Quién
salvó a la niña? ¿Fue usted, no es cierto?
- Sí,
claro, pero mi trabajo no es andar entre ruinas para salvar vidas, esto no
tengo por qué pasarlo. Si los que negocian cada día con nuestras vidas, dejaran
de sentarse en sus lujosos coches y de ir de cena en cena para resolver el problema
del terrorismo. Si actuaran sin estar pendientes de conseguir un pedazo de
poder a cambio de esta guerra injusta, desgraciadamente atroz, si levantan el
culo de sus sillones y obraran con coherencia y de acuerdo a lo que el pueblo
pide, esto ya estaría solucionado.
- Lo
comprendo, su rabia también es la nuestra.
- ¡Pero
hombre! ¡No me diga eso! ¡Sus sacerdotes en estos momentos están
vanagloriándose de lo que ha ocurrido! ¿No ven que se ríen de nosotros, de
ustedes, de nuestra hospitalidad? ¡Ja! Hospitalidad, me cago en el que dijo
eso, que somos hospitalarios, que dejamos que nos maten porque defendemos así
la libertad conseguida, que les permitimos andar entre nosotros y que pongan
bombas destruyendo la vida, destruyendo lo que es nuestro… ¡Mire, mire! La joya
de Barcelona, de Catalunya, derrumbada… ¿Por qué, mierda, por qué?
El llanto afloró nuevamente, tenía la mirada
fija en la tambaleante torre dedicada a San Andrés. Hubo un crujido espantoso
tal como si se quebraran miles de huesos secos, un sabor de miedo inundó mi
boca y solo atiné a levantar el brazo como si de ese modo pudiese sostener la
torre. En medio del silencio, se desplomó.
- ¡Hijos
de puta! ¡Hijos de puta!
Grité antes que terminara el derrumbe. Dejé al
oficial estupefacto aún por la magnitud del desastre y corrí hacia la basílica,
inconsciente y afiebrado por todo el dolor que me quemaba por dentro, no sabía
que haría solo me movía por impulsos impropios a mi naturaleza tranquila y
reflexiva. Era una gran masa de violencia desatada.
Un policía me detuvo en la carrera y me dio la
orden de alejarme, le di un empujón que le derribó y seguí hacia ese destino
incomprendido. El polvo del reciente derrumbe tapaba mis pulmones que pedían
más aire por el esfuerzo; subí entre los escombros y ante la estatua de San
Andrés me arrodillé.
- Santo,
perdónalos, perdonanos, no hemos querido esto. Dios, desconozco por qué es
necesario que se lleven tantas vidas y destruyan nuestro símbolos, tú casa
Padre, tú casa ha sido demolida por el fanatismo obtuso, ridículo, ignorante,
Padre ¿por qué, por qué, por qué lo permites? ¿no ves acaso que están
equivocados, que matan y destruyen sin sentido?¿es qué no harás nada?
Una mano se posó en mi hombro y me ayudó a
incorporarme. El comisario estaba a mi lado.
- He
oído su plegaria hijo, ya no podemos hacer nada, los cinco han muerto en la
explosión, se auto inmolaron. No hay más hijo, no hay más.
- Lo
sé, pero se llevaron vidas que no tenían nada que ver, no entiendo cómo piensa
Dios.
- Yo
tampoco hijo, solo sé que desde su punto de vista todo está justificado, aun
cuando cometamos estas barbaridades.
- ¿Sabe?
No podré mirar a los ojos a ninguno más de esa maldita raza, no podré dirigirme
a ellos sin sentir asco, repulsión, con necesidad de vengarme, no podré…
- La
justicia no es así, deja que hagamos nuestro trabajo, confía en los que te
comprendemos. Vete a tu casa y no pienses en venganzas ni en violencia, piensa
en que Dios sabe de nuestros actos mejor que nadie y Él y solo Él administrará
justicia.
- Ya
me voy comisario… ¿Puedo ayudar en algo?
- No
hijo, vete que tenemos mucho por hacer y tú no estás en condiciones de hacer
más, ya lo has hecho.
Bajé destruido por dentro, como lo estaba la
basílica.
130 años para que cinco hijos de putas lo
tiraran todo por la alcantarilla, ojalá sus almas no encuentren descanso jamás,
les maldigo por las eternidades.
Como era de esperarse los fundamentalistas no
tardaron en atribuirse el acto macabro; el gobierno débil y enfermizo que hay
solo emitió comunicados blandos, complacientes con los dictados de los países
dominantes en Europa, no hubo un llamado a combatir a los terroristas, no hubo
ninguna medida que calmara la sed de revancha, se reforzaron las fuerzas de
seguridad, se puso la alerta en el máximo, se aprestaron unidades del ejército
para reforzar las fuerzas policiales, se volvieron a hacer minutos de silencio,
declamaciones vacías aprovechando políticamente el evento maldito para su
promoción, se ajustaron impuestos para mayor presupuesto armado, no hubo una
declaración contundente de guerra al llamado Estado Islámico para no irritar la
comunidad que habita el territorio.
El turismo vendrá ahora con su morbosidad a
ver la bautizada “zona cero” de la Sagrada Familia; a tomarse fotografías
frente a las ruinas, entre los escombros, algunos se llevaran un trozo de
mampostería para enseñarla a sus amigos. No les comprendo, el ser humano me ha
fallado en todos sus estamentos. Ni siquiera la iglesia ha demostrado entereza
y dureza contra la muerte indiscriminada de personas ajenas a todo conflicto.
Me asquean sus declaraciones tibias y mezquinas. Todo reafirma lo que se supone
desde la clase trabajadora, esta guerra está mantenida por los grandes
intereses que se manejan desde el más alto estado de manipulación de la
sociedad. Nunca el ser humano entró en una conflagración, sin que existiera de por
medio el propósito de dominación y adquisición de más y más poder.
Han pasado 3 meses del trágico mediodía; las
voces no callan en mi mente, ni los sonidos, ni el polvo invadiendo todo, ni
los cuerpos desmembrados.
La violencia, la ira que esto provocó en mí
solo encontró salida a través de escribir a cuanto medio de comunicación hay,
para expresar mis sentimientos con la mayor crudeza posible. Esto me ha valido
desde amenazas de grupos extremos, hasta felicitaciones… están todos
equivocados, nada de eso he buscado, el norte en mis escritos es despertar
consciencias dormidas, es remover el espíritu de una supuesta justicia equilibrada.
Los que han sido elegidos para gobernar, nos deben muchas vidas, nos adeudan
explicaciones claras y concretas, no solo comunicados de condolencias y tertulianos
que crispen el ambiente. No es alteración del ambiente social lo que deseo,
solo que haya de una buena y ejemplar justicia que acabe con los extremismos
asesinos. Que haya cárcel para los ejecutores e incentivadores de cualquier foco
de intolerantes, que sean reducidos, identificados y se les enseñe a convivir
con el resto del mundo libre.
He llegado con el corazón encogido a la zona
cero de Barcelona, la basílica sigue acordonada y amurallada con gruesas placas
metálicas, dentro un equipo de investigadores forenses continúa con sus
análisis minuciosos, y se han comenzado con los primeros trabajos de
reconstrucción.
Los asesinos fueron identificados, sus
familias detenidas y algunos están en libertad por falta de cargos. Los
responsables intelectuales, esos que se escudan en lugares exclusivos y que son
protegidos por gobiernos que apoyan sus causas, de ellos nada se sabe, ni su
filiación, ni su ubicación, ni por qué pueden bajar en cualquier aeropuerto del
mundo sin que sean arrestados, sin que haya un solo juez que les procese por
genocidio, por aberraciones humanas, por lo que sea, pero que se sepa quiénes
son y qué pena les corresponde.
El bar está en obras, como todo lo afectado
tardarán en regresar a un estado de normalidad, pero nunca dejarán de tener
encima la horrorosa historia.
Me he sentado en un nuevo negocio atendido por
inmigrantes chinos. Mi fobia hacia lo extranjero está presente, pero no me voy
a levantar de aquí.
Pedí una cerveza y una tapa de olivas sin
hueso, mi mirada está perdida en los recuerdos y poco me fijo en lo que hay
alrededor. Una sombra se prolonga sobre la mesa y una mano me toca el hombro.
Tardo en reconocerle, es Virgilio, el oficial musulmán que está de paisano.
- Oficial,
¿cómo está usted? Venga, siéntese, no creo que esté de servicio ¿no?
- No,
estoy de fiesta. ¿Y a usted cómo le va?
- ¿Usted
qué piensa? No me recupero de aquello.
- Ni
yo; y eso que no estuve en el momento de la explosión. Me imagino que lo debe
estar pasando mal aún.
- Ni
lo dude. Los sueños… bueno, pesadillas son diarias, oigo aún las voces de ese
día; la de los médicos son las que más me duelen, esas fueron mis muertes. La
culpa no se va.
- Pues
tendrá que comprender algún día que así no se vive. Su ira y apetito de
venganza están a flor de piel, como en aquel momento.
- Sí,
lo siento reconocerlo, pero es así.
- ¿Viene
seguido por aquí?
- No,
no, es la primera vez que lo hago desde el desastre.
- ¿Y
cuándo vendrá nuevamente?
- No…
no sé, ¿por qué?
- No,
solo que me gustaría invitarle a una cerveza en mi próximo día fiesta.
- ¡Ah!
Bueno, siendo así no tengo problemas, ¿cuándo tiene fiesta nuevamente?
- El
lunes que viene. Si anda por aquí, la invitación es mía.
- Vale,
así será.
Conversamos de otros temas, me contó que al
mes del atentado se casó, que vive en Badalona donde se mudó y que el comisario
siempre recuerda al tío aquel que lloraba en la torre de San Andrés. Luego se
despidió y me recordó que volvería por allí el lunes siguiente.
Pagué y me fui caminando por la zona, hice mal
en ir a remover la memoria habiendo pasado tan poco tiempo, la depresión
comenzó a comerme por dentro. Fui a por las pastillas que me recomendara el
médico, buscando tan solo un paliativo momentáneo, sabía que por la noche
tendría que recurrir a otras para dormir e intentar descansar.
El lunes siguiente recordé la cita con el
oficial al que ni siquiera le había preguntado su nombre, solo le mencionaba en
mis escritos como el poeta que acompañó a Dante. Hice un lugar al mediodía y
fui hasta el bar chino, pedí una Estrella y me hundí en las voces que seguía
oyendo. Allí estaban las de la calle, los policías, los bomberos, los médicos…
los tres médicos que acudieron al oír mis gritos y que les costaran la vida,
sentí el olor de la sangre otra vez hiriendo mis narices, partiéndome en tres.
El recuerdo estaba tan vívido qué creí estar otra vez allí.
Di un grito y me levanté de la silla, los
demás que estaban allí me miraron asombrados; volví a sentarme rojo de
vergüenza.
Escuché mí nombre, levanté la cabeza y allí
estaba el oficial, a su lado una mujer de vestimenta musulmana y en medio de
ellos una niñita con coletas, hermosa y alegre, de origen asiático. La imagen
me impactó y lo debo haber demostrado muy bien, porque la niña arrugó la nariz
en señal de disgusto ante mi cara.
- Buenos
días, quiero presentarle mi familia, Saray mi mujer, y nuestra hija… - los
esposos se miraron entre sí.- sí, digo bien, nuestra hija Ann Lee.
Me acerqué a ellos, saludé a Saray y me agache
para saludar a Ann Lee, me sonrió y sus ojos me turbaron, me sentí mal por un
instante; miré al oficial y él dijo:
- Sí,
usted ya conoce a Ann Lee, usted le salvó la vida.- tuve que sentarme de la
emoción.- aún no es nuestra hija legalmente, pero hemos sido escogidos para ser
la familia de acogida hasta que se resuelva el caso y entonces nos la darán en
adopción. La poca familia que tiene están de acuerdo. Su mama murió cuando
suponían que se recuperaría en el hospital. Es una alegría muy grande tenerla
con nosotros.
- Oficial,
de ninguna manera imaginaba que iría a volver a verla.- las lágrimas llenaron
mis ojos y un nudo en la garganta no me dejó hablar.
- Gra…
cias.- Ann Lee me tendía su manita como aquel día, había aprendido a dar las
gracias y solo para dármelas.
Les miré atentamente mientras se sentaban en
la mesa, pensé para mis adentros “Dos musulmanes que adoptan una niña asiática
tras un ataque terrorista provocado por fundamentalistas islámicos, que dicen
hacerlo por la misma fe que ellos dos profesan, y la niña es una de las escasas
sobrevivientes de aquel día fatídico; y están enfrente del nudo de la historia,
confiados en el futuro conformando una familia más en Catalunya, siendo él
oficial de la policía. Un cuadro surrealista, imposible de concebir, muy
difícil de comprender cómo el destino al final arma estos puzles increíbles,
sorprendentes, alucinantes, insólitos.
Le pregunté si ya había resultados de las
primeras pericias y me respondió que es un tema que no quería detallar frente a
Ann Lee, lo comprendí de inmediato y pedí perdón por la falta de tacto.
En otra oportunidad, ya que quedamos como
amigos que comparten una cerveza cuando pueden, me contó que efectivamente
fueron cinco artefactos explosivos, dos de ellos en el propio cuerpo del
terrorista y los tres restantes disimulado en carros de bebes y bolsos, lo que aumentó
en desgracias inocentes; se habían ubicado en las columnas principales que
sostienen el edificio, el explosivo no fue capaz de destruir el armazón de
acero que llevan internamente, pero fracturó de tal modo el eje que el derrumbe
en partes fue inminente y salvaje, no solo dañó la estructura sino que hizo
volar por los aires a toda persona que se hallaba en el recinto. Nadie sobrevivió
de los que ingresaron; los que hacían colas para entrar y demás que merodeaban
los alrededores fueron sepultados por la mampostería o acribillados por los
cristales que salían disparados. La cifra final no se conoce aún; pasan los
días y sigue apareciendo algún familiar reclamando un cuerpo, en su mayoría
extranjeros. También me dijo que la mujer del lavabo la vio luego en
dependencias de la comisaría considerablemente restablecida, aunque tenía
secuelas graves y permanentes debido a la astilla incrustada en el cráneo que
llegó al cerebro. Ella se acordaba de él y de mí, preguntó cómo estaba y le
dijo que algún día se encontrarían los tres para brindar por la vida.
La memoria del gran maestro Antonio Gaudí será
rescatada, la basílica se erigirá en honor a él y los muertos del atentado,
pero de nada sirve todo esto sinceramente, y sigo sin entender esta muerte, tan
aborrecible, perversa y sinsentido, menos aún que haya un Dios que lo permita.
Siento que no me han jugado duro; no a mí,
sino a los cientos que perdieron sus vidas y a las familias destrozadas; no
siento mío el dolor, lo tengo incorporado en mi piel social, y en la de todos
los seres humanos libres.
No les perdono, lo siento.
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