LA PROPIEDAD (RELATO CON TRAMPAS)
El día se
presentó normal para lo que era mi existencia. Me incorporé en la cama, mis
ojos se acomodaron el paisaje matinal; la habitación vacía, igual que el resto
de la casa.
Repasé
mentalmente las otras habitaciones y la situación era la misma, vacío por donde
viera; mirar allí, era mirar la nada.
A veces me he
entretenido mirando la Nada, porque me habían explicado que la Nada es el Todo,
desde el punto de vista del mismo Todo.
Mi día era
acumular horas en un bar de la esquina de la Facultad de Filosofía y Letras;
solo yo y mi taza de café, en una mesa alejada de la ventana, pero cerca de las
conversaciones de los estudiantes que allí se reunían-
Considero que
esas conversaciones son lo más puro en concepto filosófico que pueda hallarse,
allí se encuentran las verdaderas claves desde Platón hasta Noam Chomsky, porque
la discusión carente del academismo, naturales tal como se va pensando y van
estudiando, según van entrando en la materia, llevan la impronta de los
educadores, así cada uno de ellos defiende una escuela y un estilo.
Entre café y
café fui descubriendo la riqueza del intelecto humano, admirándolo,
siguiéndolo, penetrando en su esencia.
Terminaba mi
ración de café con formación y me iba a mi casa; mi casa vacía.
Esa era mi
rutina; de mi hogar ausente de todo, al bar y de vuelta a la oquedad de mi
casa, era mi sino y destino.
Pero esta mañana
algo se había alterado en este ciclo aparentemente interminable.
Casi con la
sutileza del roce del ala de un insecto, algo más se despertó en mí y tras
admitir la situación en que estaba, tomé la resolución de salir a hacer
compras, no era posible seguir viviendo de esa manera, algo debía hacer; y lo
que correspondía en el caso era adquirir aquellas cosas que son de utilidad
cotidiana, lo usual en la vida de cualquier persona.
Saqué mis
ahorros y sesudamente calculé que tendría para todo lo necesario. Al fin, todo
este tiempo había estado ahorrando para una ocasión especial. Y esta había
llegado.
Como era
correcto, preparé una lista y organizado mi periplo de compras por la ciudad,
salí munido del más alegre ánimo.
Cerré tras mí
la puerta y pensé: no regresaré hasta tener todo lo que necesito.
Y compré.
Compré
comida, víveres, porque de café solo no podía vivir.
Compré
electrodomésticos para preparar y conservar los comestibles.
Compré los
muebles necesarios, para el confort de comer como Dios manda.
Compré un
huerto, siempre quise tener uno; por eso de comer sano y que se yo que más.
Compré un
jardín, pero de invierno, pues se acercaban los fríos y quería disfrutarlo
ahora.
Compré una
mujer, linda mujer para que el lugar estuviese completo
Compré un
árbol para el jardín, porque adoro los pájaros por las mañanas. El árbol con
los pájaros incluidos, por supuesto.
Compré un
oficio de modo de no gastar todo el tiempo en el café escuchando de filosofía.
Compré una
biblioteca, pero no los libros, total tenía el café y la sabiduría de los
estudiantes.
Compré una
mesa igual a la del café con su correspondiente silla, de modo de ubicarla en
la biblioteca y repasar las conversaciones escuchadas.
Compré tabaco
y pipa, no sé bien porque, pero me vinieron ganas.
Compré un
perro, lanudo, fiel, comprensivo, adulto, con pocas pulgas y una caseta.
Compré un
amigo para visitarle en su casa y conversar los días fuera del oficio, por si
el café cerraba en vacaciones, final de ciclo escolar, reformas, etc.,
Compré un
amante y un psicólogo, ambos por el mismo precio; venían en combo, cosa que me
ha convencido
Si, compré
todo lo que necesitaba, incluyendo que con el amante venia por las dudas, dos
sombreros.
Llevé todo a
mi casa vacía y fui acomodando cada cosa en su lugar. Había previsto de ante
mano mientras compraba, donde irían cada una de mis adquisiciones, de manera
tal que las podría tener al alcance de cualquiera de mis manos. Solo con un
movimiento mínimo estaría sirviéndome de lo adquirido.
Acomodé los
víveres en una alacena doble y en ángulo; con puertas de las que se cierran
solas, de manera de evitar el segundo paso: cerrarlas.
Alacenas
espaciosas donde refugiar mi apetito, ese que me ataca con furia incontenible a
las dos de la mañana, que luego de un brutal emparedado de dos galletitas de
agua y una feta de jamón, huye despavorido sin dejar huellas. Siempre me sucede
lo mismo, por eso de esta manera un problema estará acotado, limitado por la
alacena justiciera, mi arma letal para los ataques más terrenales que he
tenido. Eso sí, café no he comprado, es un vacío que he dejado a propósito; es
para tener la posibilidad de volver a beberlo cada día, en mi mesa cerca de los
estudiantes.
He
descubierto esto de dejar vacíos de ex profeso en la vida. Uno deja vacíos para
que sean llenos desde afuera, es la esperanza, es la posibilidad abierta, la puerta
sin llave, la ventana descorrida, es la mano extendida en el aire, es el grito
que pegas ante las montañas esperando el eco, son las caras que pones frente al
espejo pensando en mejorar tu aspecto, son las palabras que aprendes para la
ocasión, si llegase. Eso y mucho más es el vacío que dejamos.
Tanto que
pensaré al respecto de cuanto vacío estamos hechos, y quizás llegue a
asustarme; quizás.
Acomodé los
artefactos que he comprado; la heladera allí, la mesa en el mejor lugar fuera
del ángulo de la luz cenital, la cocina y la mesada en el mejor ángulo de la
luz para poder ver sin dificultades que corto, que trozo, que mezclo, que unto,
que cocino.
La luz es
importante en lo que hacemos. Allí donde creamos, es importante tener una luz
que a uno lo ilumine desde lo alto, es el simbolismo más cercano a la búsqueda
de la inspiración que he encontrado. Aunque a veces pienso que es en la
oscuridad más profunda donde puedo distinguir la luz y no entre la misma luz.
No sé que es más acertado, si crear en la oscuridad iluminado por una luz o
crear desde el centro mismo de la luz, lleno de luz todos los rincones, todo al
descubierto. Al fin aquí me planteo algo que tiene un lugar especial en mis
pensamientos y coincido con un concepto de Osho, pero no me voy a detener en
dar cada una de las posiciones, sino la conclusión a medias en la que navego
actualmente.
El caso es
que se me presentó un dilema, crear desde el sufrimiento o desde la alegría y
analógicamente desde la oscuridad o desde la luz plena. Entonces me quedo como
observador y envío a una parte de mí a crear desde la oscuridad y la restante a
hacerlo desde la luz.
La parte que
se queda a oscuras para crear, buscará la luz que le haga ver la obra antes de
ser creada. Irá a tientas, su camino será inseguro, probará y se equivocará más
veces que las que acertará, tropezará con el mismo obstáculo y quizás no le
alcance el tiempo que tiene para encontrar el haz de luminiscente que necesita
y toda su vida será una búsqueda y nada más; o tal vez en el último tramo,
encuentre la claridad, cree, pero no alcanzará a disfrutarla. Tal vez ni
contemplarla siquiera. Pero su camino habrá dejado huellas que otros puedan
seguir, habrá dejado su impronta y se le podrá reconocer en el paso del tiempo
y la historia lo mencionará por haberla hecho.
La parte que
estará a plena luz, desde un comienzo su misión será provocar al creador, crear
sin descanso, crear aun sin deseos, la luz lo impulsará a crear
permanentemente, siempre mientras dure su tiempo. No habrá mayor obstáculo para
él. Las puertas estarán siempre abiertas y las musas servirán la mesa todos los
días sin que nada falte. Pasarán por el atril los más renombrados personajes y
solo habrá tormentas y vientos, soledades e imposibles, en un horizonte muy
lejano, como mencionando que no pertenecen a la obra ni al autor, un mero
artilugio de la imaginería de época. Crear en medio de la luz deberá infundir
ese hálito divino que vemos en las bóvedas o en los domos, ricos en oros y en
esplendores de pincel, o en partituras excelsas de riqueza musical ganada a
través de múltiples y bien afinados instrumentos, de nobilísima madera o de
purísimo metal. Y serán obras antes mismo de ser terminadas, se las podrá
admirar desde la primera pincelada, desde el primer golpe de cincel o desde la
primera nota. La historia las registrará
antes de su conclusión y los galardones llegaran en vida y la luz permanecerá
sobre cada una de ellas para la admiración eterna.
Entonces como
observador deberé tomar una decisión que establezca y siente jurisprudencia. Si
creo desde la oscuridad, la infelicidad, el sufrimiento, el dolor, la pérdida,
la miseria, la degradación del hombre por el hombre mismo, tendré una obra
nacida de la experiencia y que por compartir dolor e infelicidad será admirada,
respetada, se sentirá el dolorido identificado y el infeliz la hará pertenecer
al mundo; habrá sido apropiada por él.
Porque el
mundo se unifica y se pierde en abrazos y salutaciones cuando lo lacerante, la
falta de felicidad y el miedo le acechan, hay un estado de pertenencia al grupo
de egos que se regocijan mostrando y encharcándose en sus miserias.
Mientras si
creo desde la luz, la felicidad, el placer, la ganancia, el poder, habré
obtenido una obra que se valorará por su exquisitez, por el entorno, por la firma,
por la recomendación, por el compromiso con los que gobiernan, tendrá una
trascendencia universal por el escenario donde nació y vivió, más que por su
técnica aunque esté depurada en su máximo exponente.
Una crea en
panfletos y la otra crea entre cremas. Ambas representan sectores de vida
indiscutible, imposibles de ignorar, ambas son la polaridad del mismo hombre y
el mediocre al medio.
Pero tal vez
me equivoque, el ser infeliz es una norma de nuestra sociedad que nos lleva de
las narices a pertenecer a ella sin remedio y con todos los honores, somos
infelices y pertenecemos a este mundo de infelices, por lo tanto la obra deberá
tener las características propias del medio en que se creó y en realidad la
miseria humana no se la puede ubicar en un sector social determinado, la
miseria humana es un patrimonio de esta sociedad, igual que la degradación del
hombre por el hombre o de la mediocridad, como así también el poder, la
belleza, la moda, el renombre, la genealogía, todos patrimonios de una sociedad
que exige para ingresar que uno sea no-feliz.
He terminado
dentro de dos habitaciones importantes de la casa y ahora me dirijo al patio
que formado por un espacio en ele, abarca patio, pasadizo y jardín al frente,
dejando la casa ubicada a un costado entre el verde y el vecino. Es un lugar muy importante dentro de mi vida,
simbolizará todo lo que no puedo tener adentro; allí toman refugio mis ansias,
mis pensamientos en forma de pájaros, mis enojos como tormentas, mis alegrías
como mañanas frescas. También estarán allí mis miserias, las guardaré en un
galpón, todas juntas, todas arrumbadas, el orín y la suciedad se irán
amontonado entre sus pliegues y rincones, allí estarán mis fracasos, mis
angustias y todos los sueños que se rompieron; he querido tener afuera a ellas,
sin que salgan de mi territorio, temo perderlas, se irían con ellas lo que soy.
En este mundo, ¿que soy sin mis sufrimientos, sin mis dolores? ¿Cómo sé si
vivo, si no siento el mal?
Cerca del
galpón de la infamia, he puesto ahora, un huerto para que se nutra de la
fertilidad de esa tierra, la que circunda al galpón. Es importante que la
cadena de nutrición, se mantenga y no se discontinúe, pienso que uno es lo que
come, por lo tanto si como buen alimento tendré una buena salud, estaré bien nutrido.
El huerto es
para mí, no solo la alimentación sana, sino el reservorio de mis genéticas, de
los abuelos agricultores, de los que una mañana doblaron la espalda y no la
volvieron a levantar hasta que el trigo estuvo, limpio, molido y hecho el
primer pan. Es la historia viva de la decisión de una humanidad, de quedarse en
un lugar, de dejar su condición nómada y ser sedentarios. Gravísima decisión,
nacía el sistema del comercio y la historia ya no sería la misma. No sé si amo
a mi huerto o lo tengo como recordatorio de las masacres que cometió el hombre
en honor a preservar su especie de las hambrunas. Y en especial de su hambruna
de poder, plaga que aún está instalada entre nosotros.
Domestico mi
huerto, siento que ejerzo mi poder sobre la naturaleza; le digo, yo el hombre,
donde debe nacer una col y donde una zanahoria porque así no competirán por los
nutrientes, porque así el sol podrá madurar una y otra sin que se estorben,
incluso meto mi mano en su interior, combato a todos los insectos que a mi
huerto se acercan, no vaya a ser que arruinen mi sistema perfecto. Me paseo
entre las hojas de la calabaza y los penachos verde amarillento de la
zanahorias, entre las cañas débiles aún, de los maíces y las tímidas guías de
los guisantes. Me siento Dios en el Edén, paseándose entre sus creaciones, me
acompaña el susurro de los pájaros casi con reverencia. Es mi huerto, tiene una
tierra excepcional, rica en nutrientes, rica en bacterias anaeróbicas,
orientado hacia una jornada plena de sol. Con pendiente para que la lluvia no
encharque y debilite las raíces, no las pudra, Tiene una hilera de árboles que
sirven de cortina para que el viento del sur no marchite, ni hiele, ni despoje
de fuerzas a mis plantas. Ver crecer mi huerto es como ver crecer mi vida o como
vería crecer a mi hijo. Si lo tuviera.
El huerto
siempre me planteo un interrogante, era la tierra desde su generosidad
incomprensible, que me daba la oportunidad de tener un huerto o ella
sacrificaba su parte, para enseñarme algo que no he comprendido aun?
Escuché, en
cierta ocasión, a un indígena decir que debemos tomar de la madre tierra lo que
nos da y no pretender que la madre tierra nos de lo que nosotros queremos.,
Tampoco comprendí por entero al indígena.
Cruzando el
pasadizo, instalé el jardín cubierto, para soportar el invierno. Mis plantas y
las flores deberían darme una primavera en invierno, quería completar mi
posición de Dios que había nacido en el huerto y tener un jardín cuando se me
ocurriera. Al fin ese era mi juego, y el huerto y mi jardín mis juguetes.
Al comienzo
pensaba colocar plantas de flores sencillas, simples, casi de campo para darle
una imagen de jardín autóctono, medio salvaje, medio nacido como regalo de la
madre naturaleza. Luego pensé en agregar alguna orquídea y una miosotys
brasilera. Me gusto la idea y le hice un árido para una colonia de cactus,
cerca apilé unas piedras planas y otras de aristas afiladas y negras y formé
una cascada que llenaba un estanque con lentejas de aguas y camalotes y como
toque personal, un nenúfar con su imponente plato rodeada de las elodeas
canadensis, como la reina y sus doncellas.
Distribuía,
diseñaba, integraba, daba vida a mi jardín y yo Dios, me paseaba entre mis
creaciones.
Una mañana
fresca, recién levantado, los cabellos desordenados, aun cuando las sombras del
sueño se veían en mi rostro, tomé una de las sábanas que me habían cubierto
durante la noche y anudándola en mi hombro derecho y tapando mis indecencias
caminé descalzo entre mis creaciones, cual Dios buscara la inspiración suprema
para la última creación, el suave viento de la mañana me hizo sentir violines
en los oídos; y estoy seguro de la reverencia que mis plantas hicieron ante mi
majestuosa presencia.
Luego extendí
mi visita casi divina por los surcos del huerto.
Asomaban
tímidamente las hojuelas de lo que serías mis maíces y el poroto extendía
trémulo, su guía buscado donde asirse.
Retrocedí. Me
ubiqué en el pasadizo, en un punto equidistante de jardín y huerto y dije:
-¡Aquí! Si aquí pondré mi mesa blanca de
hierro forjado con sus dos sillas también de hierro forjado, con almohadones
verdes y un parasol en medio de ellas; este será mi trono, este será desde
donde me siente a observar mis creaciones-
Entonces traje
a la mujer que había comprado, linda mujer y la senté en la silla de hierro
forjado, pintada de blanco con su almohadón verde, y con ella ubicada, acomodé
mi vestidura y me senté, erguida la espalda, el músculo tenso y la testa
elevada, desafiante, la barbilla adelante y los ojos entrecerrados, me sentí el
dueño de eso, mi mundo.
Mis sentidos
se expandieron por mis creaturas, mi nariz percibió el aroma de la tierra
regada por el rocío nocturno, el perfume de las miosotys embriagando a los
insectos para que liben de su copa.
Mi piel
sintió la frescura que emanaba como un torrente de esencias imparables que, a
modo de bálsamo, me rodeaban y me penetraban por cada poro, revigorizando mi
sangre, adelantando mi pensamiento, activando mi linfa.
Las hormonas
corrieron.
Abrí mi boca
y el fresco ingresó hasta cada rincón de mí, la llenó y lo saboreé; llenó mi
garganta y fue raudo hasta los pulmones, les hinchó, les expandió, la vida
llegó y se instaló.
Mis oídos, no
percibieron lo que buscaba.
La armonía se
tambaleaba, el orden podía sucumbir en el caos sin más. Me horroricé por un
instante, pero la razón, más poderosa que la emoción y más cultivada, me
recordó que debía poner el árbol con los pájaros, sino no estaría completa la
obra. Me incorporé y raudamente coloqué el árbol; allí en el recodo, para que
fuera marco y custodio de lo que había hecho. Le encomendé al árbol, que fuera
testigo de la magnífica evolución que allí se vería; los pájaros ensayaron sus
instrumentos, templaron sus gargantas y se lanzaron a un trinar que completó el
cuadro.
Estaba hecho.
Con la
alegría en mi piel, me deshice de mi improvisada túnica y me apresté a indagar
sobre el oficio que había comprado. Estaba todo en una caja de madera con
bisagras ocultas y doble cerradura. Debía ser importante, por las precauciones
que se habían tomado. Curioso abrí el sobre que contenía las primeras
instrucciones y un par de llaves, dos por si alguna no funcionaba o me la
olvidaba quien sabe dónde. La última llave que he perdido, es la del piano y
desde entonces no he podido tocar ninguna de las exquisitas partituras, que se
mofan de mí desde el atril. Bueno…...dejemos que se mofen, al fin no se tocar
el piano.
La caja era
intrigante; antes de abrirla la revise, quería cerciorarme que estuviera en buenas
condiciones, que no hubiese signo de alguna violación. Eso sería terrible, la deshonra del contenido
de la caja.
Traté de
imaginar que habría adentro, pero la ansiedad me ganó y me impulsó a tomar las
llaves y abrirla. Las cerraduras fueron gentiles y la tapa se abrió, allí
estaban ante mis ojos: el manual de Perito Calígrafo.
Perito
Calígrafo, sonaba muy bien, sonada a cuevas, a mangas llenas de manchones
de tinta, a olor de historias pasionales, cruentas, desgarradoras, terminales.
Sonaba al experto que se lo llama al final para rematar un alegato, una
acusación.
“ ¡¡Si!! Es
la letra del asesino, todo concuerda. Este es mi informe” Sobre amarillento con
el sello de lacre y mis iniciales, la prueba irrefutable, porque había sido
dada por un experto, El Perito Calígrafo.
El oficio me
gustó de entrada, ahora la casa tenía rótulo, era la casa del Perito Calígrafo;
el jardín, era el Jardín del Perito Calígrafo; el huerto, era ahora El Huerto
del Perito Calígrafo y la mujer bonita, que había comprado, era la mujer bonita
del Perito Calígrafo.
Todo estaba
en su lugar, cada cosa iba tomando y poseyendo un giro de evolución dentro de
la casa vacía.
Entonces me
paré frente a esa puerta que no había querido abrir, me dije esta mañana: “me
he paseado por entre mis criaturas, luego he sido un Perito Calígrafo ¿qué
puede detenerme ahora?” Abrí la puerta que daba a una sala espaciosa, de
ventanales altos y oscurecidos por pesadas cortina bordeaux, con una casi
invisible puntilla en oro que remarcaba su contorno.
Miré el piso,
de madera esmeradamente pulida, esmeradamente nivelado. Camine la sala de lado
a lado haciendo caer mis tacones con cierta fuerza, estaba marcando mi
territorio; allí caminaría así, para que la autoridad del conocimiento se
supiera de donde provenía. Ensayé varios pasos, más largos, más cortos con las
puntas hacia fuera; largos, con las manos atrás de la espalda haciendo mi
figura más imponente; y pasos cortos con la barbilla tomada por la mano
derecha, buscando en mis meninges la respuesta huidiza del origen de las cosas.
Me paseé a todo lo largo y ancho de la habitación, entonces paré justo en el
centro y con la pose de creador de mi mundo, extendí la mano y el dedo índice
mostró exactamente donde estaría la mesa y la silla, réplicas ambas de las que
me esperaban en el bar de los estudiantes.
Allí estará
la mesa y allí la silla; quedaban a mis espaldas los anaqueles de la biblioteca
que cubría la totalidad de la pared del lado sur y la del lado este, de modo
que los ventanales abiertos daban luz sobre los anaqueles, sobre la mesa, sobre
la silla, desde allí la mirada podía perderse en los verdes del huerto y me
pareció correcto. Tener el huerto como marco inspiratorio y no el jardín, porque
a este iría a reflexionar y repasar mis apuntes, mientras en el huerto podría
ver la producción y ello me incentivaría a crear, a pensar, a elaborar.
La
biblioteca; dejaré todos los anaqueles vacíos, no quiero nada en ellos, allí
estarán todos los libros que sean necesarios. Pero los pondrá mi memoria después
de cada café en la mesa del bar, serán incunables, el resumen preciso y
precioso de las mentes más frescas y nobles, sin los aditamentos de la
sociedad, sin la carrera por el poder, ni por el plato de comida, sin
presiones, pureza pura. Estoy ansioso de tener esos volúmenes aquí, me llevará
un gran tiempo recopilarlos, las fuentes son tan extensas, pero sé que al
final, será el pensamiento con más vida que pudo coleccionarse.
Ahora podría
ponerme pantuflas, un robé de chambre, llenar la pipa con tabaco inglés y
sentarme a repasar cómodamente los libros que iría coleccionando; a mis pies
estará el perro que adquirí; es de una raza que se caracteriza por su
fidelidad, por su entereza y abnegación, por el respeto hacia el amo, por su
incondicional entrega.
A mis pies,
sobre el piso de madera pulida y encerada hasta el hartazgo, hasta parecer el
espejo de todo lo colocado, replicando la imagen para que trascienda a otras
dimensiones si fuese necesario.
Muchas veces
he pensado en la disposición del perro hacia la obediencia, ese aferrarse a
alguien para servirle ¿A cambio de qué? ¿Qué le doy a este perro, que el me
responde con tal fidelidad? ¿Qué hay detrás de este pacto? Porque no podría ser
de otra manera, sino fuera que haya un arreglo, un pacto, un componente que dé
una alianza, un compromiso que alguien debe haber asumido sin conciencia de lo
que firmaba, o si estuve consciente y no lo recuerdo; esto me confunde y me
perturba, no saber qué compromiso, bajo que cláusulas se firmó el contrato,
como estaba redactado que él me obedecería y yo ¿Qué? ¿Cuál es la recompensa,
que espera el perro de mí?
Reflexiono y
no encuentro entre mis recuerdos haber firmado pacto alguno, lo que me lleva a
pensar que el pacto existe, pero lo firmó otro y antes; porque después de mí no
puede ser. Si, alguien, un pariente, alguien atrás en el tiempo, debió
comprometerse a que el perro le sería fiel y le daría algo; no sé bien qué,
pero el perro algo espera y lo hace de generación en generación, se trasmite
ese pacto en forma secreta y el perro espera.
Y no sé que
es.
He colocado
las cosas en su lugar, es un día pleno, dionisíaco, digno de una función de
gala; he paseado por la sala de la biblioteca y ahora me he sentado en la
silla, inmediatamente ha venido el perro, lanudo, hermoso ejemplar de pastor
inglés, del mismo origen del tabaco de mi pipa de raíz de rosal; he notado que
la raíz se manifiesta aún en la forma de la pipa, cuando la tomo entre los dedos de mi mano derecha, siento que
tiene la altivez de la planta que la dio, para tan fina pieza; el perro se ha
acomodado en una posición que ha hecho que vuelva mis meditaciones hacia él y
abandone el rosal. Se ha enroscado
poniendo su hocico en dirección a la puerta, es una actitud que semeja a la del
descanso, pero si se lo observa se verá que está agazapado, a la espera de la
presa o de la entrada de quién se atreva a invadir este territorio. Mi sala de
libros, la biblioteca, mi territorio. Y él, acechante, vigilante, expectante,
cuidando de mi sala, mi territorio. El mío.
Repasé que
todo estuviera en su lugar, que cada cosa se correspondiese en el interior de
mi casa, de modo que hubiese armonía, estética, buen gusto y creo que lo había
conseguido, estaba todo lo que me había propuesto, esta parte estaba concluida.
Pero mi vida
en el interior de mi casa, que ya no estaba vacía, tenía que tener una
continuación con el exterior, una prolongación, un apéndice más que el café de
la facultad; eso, que hace que uno se proyecte y se refleje de modo de adquirir
vida, de ser aceptado en una sociedad, de pertenecer; esa ansia tan particular
que tiene el hombre, su hambre de pertenecer, de no estar excluido, de ser
mencionado, aún que más no sea por lastima, pero ser reconocido, como si el
reconocimiento divino no fuese suficiente. Parece ser que no nos conformamos
con ser, también debemos ser para los demás; sino, no somos, sino no existimos,
es como si la existencia en su mero porcentaje dependiera de los demás, del
prójimo. Extraño plan en el que estamos envueltos, tenemos todo para trascender
por si solos, pero necesitamos la aprobación de otros que tienen nuestra misma
altura. Extraño que seamos investidos con ropaje celestial. Que nuestra lengua
espiritual sea la de los ángeles, sin embargo no podemos vivir sin que otros
como nosotros nos señalen, nos impulsen, nos arrastren, aunque sea al vacío
pero que nos lleven.
Ese apéndice
exterior lo repartí en tres, y en una escala de valores que me pareció
apropiada ubiqué en mi exterior a un amigo, un amante y un psicólogo; en ese
orden, en esa categorización. Cada uno con un rol específico en mi vida, cada
uno con una tarea por delante, de modo que mi mitad externa existiese. Por ello
los adquirí.
Mi amigo
deberá llenar las horas que me sobren del café, de mi alimento intelectual, de
mis tiempos de ejecutor en mi huerto y mi jardín, en ese momento le utilizaré y
su incondicional presencia. El podrá aconsejarme, guiarme con sabias palabras
cuando la duda me ataque a traición, él podrá con mis enemigos, él defenderá mi
casa cuando yo me vaya, él será el heredero de lo que quede.
Mi amigo no
podrá leer mis libros, ni podrá entender lo que motivó mi biblioteca, ni mi
huerto ni mi jardín, él solo podrá heredar la materia, tal se encuentre; y no
es un acto egoísta, pero tendrá que comprender que el conocimiento que se
adquiere de esta manera no se puede trasmitir, es esencia pura, es el néctar
divino que cada uno debería empeñar su vida en buscar. Quedará aquí, encerrado
en estas paredes, entre este piso de lustrada madera y el techo con su
cielorraso de yeso blanquísimo, esa será la caja de tanta pureza, su ataúd, su
cripta, letras indescifrables que solo pueden ver la luz a través de mí.
Mi amigo es
la parte más importante de mi apéndice exterior, él representa en gran parte lo
que yo soy, sin el conocimiento. Él es
el reflejo más parecido a mi imagen, para eso le adquirí.
Además mi
apéndice externo tiene que tener una definición sexual, por lo que compré un
amante y los dos sombreros, dos bombín de fieltro negro, uno para cada uno de
nosotros. Será su rol representar mi sexo por oposición, por el absurdo, por la
negación de mi propio sexo. Simplemente estará para ser visto como un objeto de
mi personalidad, una representación burlesca, desvergonzante de mí mismo, pero
necesaria dentro de las reglas del ser y del pertenecer, reglas que yo he
aceptado y respeto.
Y dentro de
esas reglas se exige que la locura, o los excesos de libertad mental sean
acotados por los límites que nos deberá recordar un psicólogo, retrocediendo a
nuestra infancia, revolviendo los no, y los si, y los talvez que nos marcaron
nuestros tutores para que nuestra vida sea normal y se ajuste a los cánones en
uso; los que solo aceptan un grado de rebeldía a la vez, de allí que la espiral
evolutiva sea tan lerda y los siglos pasen para que el hombre cambie un
paradigma, porque después vendrán las comparaciones, los juicios, las
comprobaciones, los exhaustos ejercicios que demostrarán que lo dicho era
cierto; entonces un grupo de notables habrá
de conceptualizarlo e incluirlo en los textos y se permitirá su uso
masivo sin miedo a transgredir o equivocarse. Así funciona y yo estoy de
acuerdo que así sea.
He asistido
ya a una sesión con el psicólogo y he encontrado algunas falencias que
arreglaré para mi beneficio y el beneficio de los pacientes de este
profesional.
La primera
falencia es respecto a la ambientación de la visita, no me recostaré ni me
pondré fuera de su punto de vista, la visita será frente a frente, quiero que
sea mi reflejo, quiero que conteste mis preguntas, quiero verme en él, quiero
que no haya nada que distraiga mi pensamiento, he pensado en dos sillas como
las del café, en una habitación blanca, paredes, piso y techo, solo la puerta
de otro color sin ser necesariamente contrastante, pero notorio, quiero saber
en todo momento que puedo salir de allí sin mediar nada.
La segunda
falencia es con respecto a sus notas; él no deberá tomar notas, no las
necesitará para nada cuando mi visita termine, solo necesito verme en él, y ¿de
qué podría serle útil unos papeles con datos imprecisos de mis ansias, de mis
temores o de mis alegrías, si después que yo me haya retirado nada podrá hacer
por mí? Con su memoria será suficiente, su memoria y la seguridad, para mí, de
que estará allí, para reflejar mis problemas sin resolver. Solo eso.
La tercera y
última falencia está referida a sus respuestas; ellas serán las que yo
necesite, de acuerdo a mi historia, de acuerdo a mis antecedentes, no las que
le correspondan a un griego o un romano de hace siglos atrás, ellos no tienen
nada que ver conmigo, ni siquiera los mencionaré entre mis libros. Las
respuestas deberán cubrir mis expectativas más profundas, de nada me servirán
las analogías, ni los cuentos chinos, tampoco me servirán los ejemplos de
otros, ni sus soluciones serán las mías. Él deberá entender que cada uno es un
individuo único en su esfera, único en su existencia, único en el universo y
que nada se parecerá a él sino él mismo; por lo que deberá cambiar
completamente su punto de vista y ubicarse desde mi, hacia el exterior; y no
incorporarme en el exterior de otro. Él verá que la unicidad de cada persona es
más rica si se la desmenuza observándola como lo que es, única; que si la
usamos como figurita que debe encajar en alguno de los moldes prefabricados por
las experiencias anteriores, masificadas y estandarizadas.
Al fin él se
verá beneficiado.
Y yo habré
sido muy humilde en concederle tal privilegio.
Mi jornada ha
sido fructífera, pero tanto comprar y acomodar me ha alejado del bar de la
esquina de la facultad, de mi mesa y mi silla, por lo que regresaré sin falta,
casi diría apresuradamente para beber el café de la pureza del conocimiento, de
la boca de los verdaderos filósofos, los estudiantes.
He dejado mi
casa, que ya no está vacía, cruzo la calle y cambio de vereda. Por donde iba
hay una reja que separa la presencia de un enorme perro de los transeúntes y
como acostumbro a pensar mientras camino, siempre me toma de sorpresa y el
susto genera una pérdida de memoria momentánea y puede que, ese momento sea
crucial en el descubrimiento de algún hecho fundamental en la historia humana,
y no se lo perdonaría. Faltan solo cuatro calles para la esquina, el tráfico es
intenso en estas horas, el correr es una manía más que una necesidad, si
corremos es que estamos ocupados, si estamos ocupados es que somos importantes
para algo y así la rueda continúa. El semáforo me da paso, apresuro a mis pies
para que las palabras que estén sembrando los estudiantes, no caigan en tierra
estéril, me apuro y esto es importante, otra esquina, otro semáforo………….
Regreso a mi
casa, está vacía, no entiendo que ha ocurrido.
Nada de lo
que compré y acomodé está.
Tampoco veo
mi exterior.
Se han
llevado todo.
No me queda
nada.
Me siento en
el cordón de la acera y trato de encontrar la razón de todo esto, la
explicación coherente, lo que me diga que sucedió. Trato de recordar, de hacer
marcha atrás en mi memoria repasando las últimas horas, algún error debo haber
cometido, algo quedó sin hacer, sin dudas una acción quedó inconclusa y todo se
ha precipitado.
Recuerdo a un
estudiante, nuevo en el grupo, que se refería a la regla de dejar el ego, que
la manera de encontrar la felicidad era no buscarla, que olvidándonos de
nosotros el ego dejaba de existir y que de allí en adelante seriamos nosotros,
seriamos realmente, y la felicidad era algo incorporado que no hacía falta su
búsqueda; que el ego planteaba la necesidad de un pasado y de una esperanza y
que la esperanza formulaba y convocaba al futuro y de esa manera estábamos
anclados en el tiempo y el espacio, de allí nuestra necesidad de posesión, de
propiedad. Que si entendíamos el significado de propiedad, entenderíamos que
solo fue puesta como un referente de lo que no debíamos hacer y no como
concepto de vida. Que comprenderíamos que el tiempo y el espacio son una misma
moneda. Recuerdo que dijo al final, “no somos propietarios de nada, ni de
nadie, solo mayordomos que cuidan que un orden se mantenga, pero no tenemos
poder ni resolución sobre nada, ni sobre nadie”. Si, con esas frases salí del
café, encaminé mis pasos a la avenida y ……………………crucé.
Aquí estoy
comprendiendo de a poco, el concepto de propiedad.
Me dijeron
que ella vendría a buscarme, que solo me dejaban un poco más para que madurara
el concepto, para que después no fuera tarde y no lo haya incorporado, después
de todo reconocían el esfuerzo hecho.
Ahora
recuerdo mejor, crucé y el semáforo no me había dado el paso.
Hoy en mi
pueblo hay una persona menos y una casa vacía más.
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