El enjuiciamiento de Benito
La frustración
ha ganado esta partida.
Voto a
los Dioses que hagan justicia, me encomiendo a mi Santo Pancracio, auxiliar de
mis penas más profundas.
La decepción
me hunde y se ríe en la cara burlándose de mi desgracia.
Me han
colgado en el patíbulo de los indecentes, para poner en mi cuello la piedra del
escarnio público, no lo puedo soportar.
Ruego,
imploro que sea quitada la desgracia de mi camino, no ha sido mi culpa, nada he
tenido de responsabilidad en el hecho, me acusan vilmente de algo impropio de
mi persona y sin embargo callo para así no aumentar el sufrimiento que pesará
sobre mi casa.
Bien pueden
los jueces equivocarse, bien los abogados no tener la bendita inspiración para
la defensa de mi causa. Sus palabras fueron anodinas y perversamente malinterpretadas
por el entorno supuestamente justo. Hubo pullas cuando esgrimí mi pronóstico,
degradaron con insultos soeces mi posición y no les bastó, tuvieron que saciar
su sangre con la mía, su apetito voraz con mi cuerpo y alma.
Aquí me
hallo, frente a quienes solo desean ver mi figura colgar desmembrada, inerte,
columpiando como un simple trapo al viento.
Aquí estoy
sin haber cometido delito alguno, solo el de creer en mi fe y sostener mi
inocencia.
Juro y
juraré hasta el final de los tiempos que no fue mi culpa, que no hubo
intervención de mi parte, que solo fui un infortunado espectador de tan triste
acontecimiento. Lamentaré en los infiernos no haber acudido al auxilio que
solicitaban. Juro que no fue negligencia, no hubo posibilidad que saliese a su
encuentro y modificara el denigrante destino, al que se veían llevados como las
hojas desprendidas del árbol, que terminan a merced de los vientos contrarios.
No se
tomen mis últimas palabras como queja o descargo inoportuno, solo digo mi
verdad, la que todos saben interiormente que tengo, pero que nadie defenderá en
este juicio pleno de parcialidad.
Levanto
por enésima vez mi voz para declarar que el juez ha sido benevolente con la
parcialidad y de trato impiadoso con mi persona.
Sé que
debo llegar hasta el tablado de la ejecución, pero no podrán negar que elevé mi
frente al apechar la pena; lo haré asumiendo el dictamen, aunque me lleve a la
tumba, con el convencimiento absoluto de mi verdad, de haber presenciado un
acto de favoritismo sin igual, una tropelía cubierta por la divisa equivocada,
una iniquidad perfecta que los Cielos deberán corregir tras mi pública ofensa.
Arderán
en las llamas de la jurisprudencia divina, quienes hoy se hallen concentrados
para mí inmolación, juro que así será.
Mis descendientes
guardaran celosamente este hora, la llevarán como la misma marca de Caín sobre
su frente, y eso es imperdonable.
Aquí estoy,
dispuesto al fin a cumplir mi condena con total apresto y mostrando que el nombre
de Benito Cualqueferro Morondanga no es bandera que se arríe sin venganza; como
dijo la ilustrísima: “Volveré y seré millones”.
- Aquí,
aquí estoy; ante vosotros me presento. Turba desquiciada y maloliente, bebedores
de la copa del inocente. Sabéis que no pude ir, conocéis de las distancias que
había, las que impedían mi socorro a la noble causa. Haced de mí vuestra amarga
victoria, será la última que podréis disfrutar. ¡les maldigo por el resto de
vuestros días!
- ¡Vamos
hombre! Deja ya de gritar y ven a tomar una caña, que solo ha sido un gol
anulado en el último minuto. ¡Exagerao que resultó el tío! Venga hombre que no
es el final de la Copa, aún pueden remontar. ¡Italiano tenías que ser para
dramático!
Al fin
fue y se sentó con ellos. Bebió hasta que perdió el conocimiento y tuvieron que
llevarle en andas hasta su casa. Un domingo de fútbol más con sus víctimas y
victimarios.
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