No hay tres sin una cuarta. (Serie Textículos)


Tres intentos hizo ese día.
La mugrosa y derruida casa en que vivía le condicionaba para poder pensar con claridad. Las malas hierbas como los malos tratos que recibía, crecían día a día.
Se restregó en la única sábana de su cama y miró a través de una de las miles de rendijas que tenían los tablones que servían de ventana y cortina, esas que en algún momento tuvieron otros paisajes sin sombras.
Aún estaban las huellas de las zapatillas con mierda que se apoyaron mientras la vejaban por enésima vez la noche anterior, fue un desconocido que le empujara a su inmundo lecho.
Tres intentos y ninguno con el resultado que buscaba.
Un cuervo graznó ronco y desagradable en la punta de una de las resecas ramas del árbol.
Le pareció una dulce nota donde había solo un ronquido.
Es un pájaro, pensó.
Y tiene alas para ir donde quiera, pensó.
Alto, muy alto donde no hay miseria, pensó.
La sangre en sus muñecas se resecaba como lo hacían hace años sus ilusiones. 
Las miró.
Si tan solo no se hubiesen secado, pensó.
Un sabor agrio inundó su boca y ante su desagrado un hilillo de saliva se asomó por la comisura de sus ajados labios.
Le dio asco, pero no era por las sensaciones, sino por su propia vida, asco que llegaría al vómito si seguía pensando.
Sus hundidos ojos legañosos recorrieron la oscura habitación y sus otros ojos miraron el pasado, con su madre arrastrándola por el suelo.
Tomó el cuchillo que estaba en el costado de la cama.
Tenía solo trece años pero para ella eran noventa y pico.
No habrá más pesadillas, pensó.
No habrá más sucios revolcones, pensó.
Lo hundió con convicción de volar, abrió sus brazos cual alas, graznó como el cuervo por última vez y se fue.
No hay tres sin una cuarta y esta es la definitiva, pensó.
Y no hubo más.
Echó a volar junto al cuervo negro que le indicaba su próximo destino.
La sábana sucia ahora tenía una flor roja, roja sangre.


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