La cajetilla de tabaco
Llevo ocho años colocado.
No es que sea un drogadicto
callejero, es que estoy definitivamente adicto a las medicinas que tomo para
mantenerme dentro de lo que se considera un estado normal de percepción de la
realidad y coherente con las reglas de juego de esta sociedad.
En este tiempo la espiral en
que estoy metido ha hecho que no pueda pasar más de veinticuatro horas sin
estas malditas medicinas, caso contrario mi mente comienza un penoso camino de
delirio y me adentro en un mundo completamente distinto al que se me somete a vivir.
Porque mi verdadera realidad
es otra.
Pasan las horas, me olvido de
tomar las nueve pastillas, se abre la ventana con una sensación leve de
angustia.
La ventana se hace más grande
al cabo de una hora, ya la angustia ha dado paso al mal humor, la
irritabilidad, al agobio sinsentido, al cansancio pesado y doloroso.
Ya no es una ventana, es un
orificio enorme por donde puede pasar una manada de elefantes, han transcurrido
tres horas del límite de las veinticuatro; la fatiga es tal que me obliga a
dormir y entonces entro por el agujero abierto a mi otra realidad, la de mi
mente lúcida, alerta, creativa, libre, aterradora, magnífica, dislocada, donde
los sentimientos no tienen ese espacio intermedio de comprensión y adaptación
con que contamos aquí; allí las emociones pasan de un negro absoluto a una
claridad que te quema los ojos para siempre y lo que queda grabado es la transición
más que las opciones experimentadas.
Sé que es mi territorio porque
es siempre el mismo, las mismas ciudades, iguales personajes, las situaciones
repetidas, la reiteración de encuentros y pérdidas.
El edificio alto de mármol, acero
y granito; gris monumento vacío de infinitas habitaciones y escaleras con su
jardín central abarcando una manzana de la ciudad opaca y nublada eternamente.
La ciudad de las calles
circulares, espiraladas, donde si equivocas el paso ya no puedes regresar y
debes ir hasta el final del laberíntico circuito para poder retornar al punto
del error; la ciudad de fuentes de piedra de colores donde puedes hallar los
amores olvidados y las amantes que no fueron.
Y allí está el Jardín Botánico
como debe ser en toda gran urbe, con su viejo cuidador tocado con un sombrero
de paja aunque no haya sol jamás, que me enseña los nombres de las plantas como
si fuese la primera vez. Y yo allí, oliendo y reconociendo a cada una de ellas. Salvia,
lavanda, ortiga, caléndula, pino, abedul, magnolia, otro tipo de lavanda,
menta, más lavanda, jazmín, rosas, más lavanda….
Me voy por un sendero, solo,
nadie me sigue, salgo a la calle al costado del edificio grande y gris, camino
por la acera observando la calzada donde hay millones de tapas de cerveza incrustadas
en el asfalto y culos de botellas como ojos verdes y marrones mirando un cielo
muerto; de pronto una cajetilla de tabaco llama mi atención.
Me siento en una silla junto a
una mesa y pongo sobre ella la cajetilla.
Tres colores dominan su
diseño, el blanco, el rojo y el negro; el yin y el yang son las dos oposiciones
y la sangre en la cabeza. Le paso delicadamente los dedos por la superficie
para notar los más sutiles detalles que se puedan palpar; papel celofán
cubriendo la mitad y el cartón de acabado brillante impreso, por debajo; en la
parte de la apertura tiene un especial tratado rugoso para que cuando se abra
los dedos no resbalen y siempre, siempre se logre el objetivo de envenenarse
con el pitillo que extraigas.
Exceptuando esa rugosidad,
solo se detecta un sobre relieve más y es el estampado de la marca; el resto es
suave y delicado, perfecto en sus formas, exacto en sus aristas y triedros.
Luego la información; la propia
de la marca, la que obliga la Ley, la que obliga Sanidad, la que impone
Aduanas, la de Hacienda, la de las máquinas expendedoras, todo un carnaval de
datos que nadie mira o lee, aunque sé de algún hastiado de la vida que en
momentos privados mientras evacúa su vientre se entretuvo leyendo hasta el
código de barras como si lo comprendiese.
La propia de la marca destaca
el nombre en las seis caras del prisma rectangular, y aporta después si son con
o sin filtro, cuantos cigarrillos contiene la cajetilla, tipo de tabaco, el
logotipo de la fábrica y los datos de la manufactura.
Lo que obliga la Ley enmarcado
en un trazo grueso están los contenidos de alquitrán, nicotina y monóxido de
carbono; en otras caras se lee, la prohibición de venta a menores de 18 años,
el número de atención al consumidor, el código de barras y el símbolo de
reciclaje del envase.
Sanidad ocupa una porción
importante en las caras mayores del prisma con advertencias sobre las
consecuencias mortales que conlleva fumar; un mensaje incoherente para adultos
que se supone, saben que sus decisiones tienen luego respuestas con hechos
concretos como el deterioro de su salud. El mensaje va desde suaves frases con
indicaciones de una web donde dirigirse para dejar el vicio, hasta fotografías
absolutamente desagradables de pulmones cancerosos, cadáveres, deformaciones
dentales y otras asquerosidades que no parecen hacer mella en el consumidor.
Aduanas requiere una
participación conjunta con Hacienda en una estampilla sobre la cabeza de la
cajetilla con el escudo de España.
Y las máquinas expendedoras
tienen su pequeño lugar con una franja en la base o culo de la cajetilla con un
código compuesto de cuatro grupos de letras y números.
Unas 338 letras en más o menos
según las advertencias que haga Sanidad, y sus frases llenas de miedo y
asquerosidad hacia lo que vas a consumir; es como si en una caja de Donuts te
pusieran la fotografía de un obeso de 220 kilogramos, semidesnudo con sus
adiposidades colgando, sudoroso y te dijesen que el colesterol mata, por lo que
Sanidad te recomienda que no comas Donuts ni nada que lleve grasas o de lo
contrario quedarás como el gordito que te muestran.
Considero que la batalla
contra el tabaquismo es un tanto exagerada, no digo que el tabaco sea bueno,
sino que está mal encarado el problema. Vamos atacando el final del problema y
no nos ocupamos del inicio, donde se debería poner el énfasis y donde realmente
se lograría éxito.
Como en la medicina actual que
va sobre el síntoma y deja el origen verdadero de la enfermedad, igual se actúa
con casi todo lo que se considera un problema o una adversidad.
Es un mal hábito humano, quién
sabe dónde se habrá aprendido, quién fue el que comenzó esto de saltarse el
comienzo e ir por el final….o será una condición prestablecida?
Y digo esto por una manía muy
occidental como la de leer el periódico de atrás para adelante, o de buscar el
final de un libro sin haber visto el inicio, esto a pesar que leemos de
izquierda a derecha sin embargo lo hacemos exactamente a la inversa. ¿Es esto
tal vez un rasgo ansioso?
Es posible que queramos saber
sobre el futuro por una inseguridad propia de la especie, eso de andar a tientas
sin conocer donde terminaremos tras la muerte, la gran preocupación de todo
mortal; quizás eso nos predisponga a un estado de suicidio constante, algo
malsano de querer acabar con lo que tenemos para averiguar lo que sigue, por el
solo hecho de terminar con la angustia que nos persigue como un fantasma
maldito.
Sea esa la contradicción de la
vida y lo que no nos permite ser felices, que nos arrastra y manipula a su gusto, que hace que pongamos
por delante prioridades inexactas y demos la cabeza contra el cristal como la
mosca encerrada en la habitación.
¿Por qué abrimos la cajetilla
de tabaco si sabemos que nos hace mal?, ¿por qué insistimos en hacer planes si
no estamos seguros que seguiremos vivos en el próximo segundo?, ¿por qué
confiamos en una utópica tierra a la que llamamos esperanza, si esta no existe
en realidad y es solo un simple deseo?, ¿por qué queremos curarnos combatiendo
un síntoma descartando los orígenes y nos desesperamos tras resultados
inmediatos que solo destruyen lo que llevó un largo tiempo desarrollar,
desoyendo la experiencia que nos da voces que el mal tuvo un inicio simple y es
allí donde pudimos haber ganado la guerra, mientras que ahora solo ganamos
pequeñas batallas?
Las ansias, la desesperación,
la inseguridad de un futuro incierto, la duda permanente de lo desconocido, la
falta de información de lo que hay después, eso martiriza al ser humano y le
vuelve poco o nada eficiente. Falla y vuelve a fallar; cree que así es su forma
de aprender y reitera su equivocación. El conocimiento no debería adquirirse en
base a prueba y error, eso es poner la ansiedad por encima de cualquier método.
Abro una nueva cajetilla de
tabaco y tras ello lo primero que aparece es un cartoncillo con una dirección
electrónica: www.hazloahora.com, allí
está el error; hazlo ahora, ya, no esperes, no reflexiones, no pienses, no
busques en la experiencias ajenas ni midas otros resultados, no consultes otras
alternativas, ni otras fuentes…..hazlo ya, ¡¡¡No demores!!!
Quizás cuando éramos muy
jóvenes la prisa también nos sedujo y nos llevó de las narices a hacer de
inmediato. Descubrimos el fuego y debimos haberlo tocado cuando ya sabíamos que
quemaba árboles y destruía bosques enteros….pero lo tocamos, no era suficiente
la experiencia de otra fuente, era necesario la prueba y error y por lógica que
nos quemamos como los mejores.
¿Qué nos dominó a hacer eso?
La respuesta tal vez sea
fácil, nuestro ego.
Esa cosa que le hemos dado en
llamar ego; y que en mis travesías en la otra realidad, la que se abre cuando
mis medicinas faltan, el señor ego es el edificio grande, alto y gris, vacío,
lleno de habitaciones vacías, con escaleras que no van a ninguna parte, tal
como es.
Al fin mi estado de enajenación
en esos momentos logra poner las cosas en su justo lugar; la lavanda es lavanda
y el ego un edificio inservible.
Y la cajetilla de tabaco tiene
una doble función, contener 10 o 20 cigarrillos y entretenernos mientras
cagamos en un baño público y aburrido.
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