Demoliendo teorías.
“He llegado a la
conclusión narcisista y egoísta que soy inteligente en un grado interesante,
por lo que demoler a una persona mediocre, puede ser una tarea a la que
dedicarse, ya que educarles se ha vuelto una labor ingente.”
Este podría ser un
comienzo en que un eugenista hace su declaración de intenciones para con los
inferiores de su raza y especie.
La eugenesia ha sido
una atrapante sirena que con sus cantos ha embobado a más de un sabio o
pensador, tanto de épocas griegas como modernas.
La tentación de ver
realizado su sueño de un camino libre de los obstáculos que pueden significar
una prole ignorante e incapaz de desear aprender, que se mantienen como verdaderas
piedras de tropiezo para la evolución de cualquier ciencia, ha sido un postre
que mucho han querido probar y también un árbol bajo el que otros tantos han
querido dormir su sueño de gloria, viendo una sociedad regida por la
meritocracia, excelsa y en permanente búsqueda de la excelencia, con amaneceres
cada día más esplendorosos.
Pero la realidad le ha
dado con la puerta en las narices y el vulgo se ha reproducido con la velocidad
con que lo hacen los conejos, y eso ha dado un vuelco completo a las
expectativas soñadas de los pensadores y sus atardeceres rosados. En lugar de
tener en los gobiernos a los más aptos, se tiene a los más ineptos. Contrariando
a Sócrates que deseaba que los filósofos fuesen quienes gobernaran, hoy tenemos
a los de mentes pequeñas y obtusas, a coloridos bufones de feria, que compiten
en ver quién hace o dice la barbaridad mayor o el desaguisado más notorio.
Y nos preguntaremos cómo
es posible que esto ocurra, si el ser humano evoluciona a la par de las
ciencias; si el conocimiento es casi un artículo que cotiza en la Bolsa y ha pasado
a ser un bien de familia.
Pues la respuesta es
muy simple; el sistema democrático. Al ser el voto la garantía de la voluntad
general y siendo esta representada por una mayoría mediocre, de menos de un
dedo de frente, con casi ningún deseo de avance, relegando a la cultura del
trabajo y el esfuerzo propio, es lógico que elijan a un par como su votado. Un par
que les dé lo que ellos buscan, el facilismo, el clientelismo político, el
asistencialismo, la ley del menor esfuerzo, la ignorancia, la menos de la
mediocridad y la chabacanería popular. Y con estos parámetros llegan el delito,
la corruptela, las adicciones, el mercado ilegal, la falsa moral, la falta de
ética, los códigos cerrados y mafiosos, las alianzas funestas y demás.
Ahora y tras haber
soslayado apenas lo que es la actual sociedad mediocre y mayoritaria, no
podemos asustarnos de ser en parte eugenistas.
Por más que amemos a
nuestro prójimo y nos golpeemos el pecho cada domingo con un Mea Culpa, el
sentimiento ha calado hondo y muy profundamente desearíamos que esa gran masa
ignorante desapareciera para dar lugar a que los aptos, los meritoriamente
aceptados fuesen quienes nos gobernasen, educasen a nuestros hijos, nos
atendiesen en los hospitales, cuidaran de nuestra seguridad, patrullaran
nuestros cielos y mares, nos vendiesen la ropa apropiada y hasta nos sirvieran
el café con el garbo necesario.
¿O no sería de desear
que así fuese?
¿O no siente
íntimamente que se sentiría mejor si la sociedad fuese así?
Ya bueno sería darles
la oportunidad a esta masa de ignorantes funcionales que se dejasen enseñar
para que fuese posible su inserción en el grupo de una especie mejorada, apta. Y
si no lo aceptasen, que se busquen un lugar en el mundo donde puedan vivir bajo
sus códigos y dividamos los tantos.
Esta sería una medida
de cirugía limpia, sin lamentaciones y hasta agradable para ambas partes.
Una amputación social,
la llamaría.
De ese modo ellos
podrían decir: “Allá ellos con sus pijadas” y nosotros “Allá vosotros con vuestras
mugres”.
Podríamos establecer
una zona neutral donde intercambiar servicios y no más de allí, de modo de no
ser tan drásticos de hacer una separata abrupta y levantar un muro. En tal caso
que el muro sea virtual, intangible, pero cierto y presente a todo lo largo de
cada territorio.
Considero que es la
única alternativa que podría ofrecer una cohabitación sana y segura, donde el
respeto a un único límite sea lo suficiente para la división de metas y
objetivos.
La tentación de la
eugenesia estaría cubierta, ya no sería un pecado pensar de esta manera, se
habría legalizado una sana separación sin haber formado un apartheid, un gueto
o una zona de exclusión. Simplemente cada uno tendría lo que les beneficiara y
lograra satisfacción, de acuerdo a su manera de vivir y ver la vida.
Al fin la eugenesia
habría desaparecido.
……….
Ella se recostó sobre
la segunda almohada, estaba húmeda por la transpiración de los dos. En su fuero
más íntimo ya sabía que esa tarde de amor explosivo y desenfrenado daría como
resultado un embarazo seguro.
Y así fue, nueve meses
después nació un robusto varón de un poco más de tres kilos de peso. Tuvo los
ojos de él, su misma mirada de aguilucho atacando la presa y los cabellos
lacios y morenos de ella.
Creció, se educó y fue
un hombre. Tuvo su familia, sus hijos y cuando envejeció, rodeado de sus
familiares simplemente se murió.
Una persona más que ha
pasado por esta Tierra; con las mismas funciones orgánicas que cualquiera, con
los sudores, humores, líquidos, excreciones, alimentos, discusiones, alegrías,
descontentos, rabietas, desencuentros, penas y ansiedades. Las mismas que puede
tener el que vive en una chabola o en el palacio de una monarquía europea.
Sin diferencias.
Exactamente iguales.
Pudo haber estado de
uno o de otro lado, pues su cerebro pudo haber sido moldeado por las
circunstancias y el entorno que le tocara en suertes; pudo ser un príncipe o un
sin techo, in travesti o un gigoló. Que más da, fue una persona, un ser humano
como usted que lee, como yo que escribo, como el hijo de putas que roba sin
necesidad o como el desgraciado que hurta por hambre.
¿Quiénes somos más que
otro para decidir quién puede ser mejor o peor?
¿Quiénes somos para
juzgar, si no tenemos la capacidad de estar tan solo un minuto en los zapatos
del juzgado?
¿Quiénes somos para
dividir una sociedad en aptos y no aptos?
¿Desde cuándo hay
personas superiores y otras inferiores?
¿Quién es capaz de
asegurar que un científico vale más que un obrero que tala árboles en Brasil?
Que alguien responda y
me asegure que la vida de una señora como Ángela Merkel o el señor Obama es más
valiosa que la de un joven subsahariano montado en una patera cruzando el
Mediterráneo en busca de un futuro incierto.
Que alguien le ponga
un valor a un señor como Rajoy, o Maduro, o Hollande y lo compare con las vidas
de una familia de los salitrales del Perú.
Nadie es más que
nadie.
Todos somos seres
humanos, iguales, idénticos y con los mismos derechos. Y si hay un valor, es en
tal caso el mismo para todos, cualquiera de los más de siete mil millones de
habitantes de esta roca que viaja por el espacio sin un destino conocido.
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