Detrás de la cortina americana
Por
la mañana.
Recién
despertado, mis ojos lacrimosos, las telarañas de sueños eróticos mantenían en
vilo mis más bajos instintos, mientras la sangre incrédula aún no cejaba en su afán
de alimentar la entre pierna produciendo la consabida erección matinal;
tambaleante y baboso, la lengua rasposa y el aliento a caballo muerto, los
pelos inundando mi cara dificultando más mi alterada visión que ya se debatía
entre lo onírico y lo físico, lo único que necesitaba era el aditamento piloso
que le nublase aún más el horizonte.
Arribé a la sala como lo haría un pesado
avión de cargas, panzón y sin gracia, tal vez como lo hacen los pelícanos, esos
seres desproporcionados que no sabes cómo es que vuelan y que sin embargo con
sus alitas logran sacar su tremendo picazo y rechoncho cuerpo del agua elevándolo
por los aires para, además emigrar; como esas similitudes me arrimé al sofá y
abrí la persiana americana, esa de tirillas de madera que las tardes otoñales
dan tan cálido aspecto a todo cuando me rodea, opacando y transformando mis miserias
en armoniosas partículas decorativas de un ambiente dorado.
El
mar tranquilo, de azul casi monótono, apenas parecía vivo con algunas
brillantinas olitas por aquí y allá. El horizonte límpido, una línea absoluta,
neta y terminante que gritaba, aquí yo y allí tú.
El
paseo con muy pocos visitantes, el bar con pocos parroquianos, la carretera con
casi ningún vehículo y la obra de al lado.
La
obra que hace unos meses que se han instalado para reparar el frente y sus
balcones carcomidos los hierros de la estructura por la sal del mar que todo lo
puede; y como derriba barcos olvidados en orillas ignotas, también derriba
edificios perdidos durante inviernos, eternos, vacíos, gigantes fantasmas
erguidos de cara al mar como esfinges amenazantes de una raza menor y poderosa
que llega cada verano para serpentear por ellos como si de hormigueros se
tratara, con gritos, jadeos, saltos y contorciones, invadiendo cada rincón, vociferando
como posesos, creyéndose los amos del universo, centro de toda vida, dioses
inmortales, criaturas bendecidas para ser y estar más allá de todo
trascendiendo al mismo éter, con sus vestidos multicolores y ridículos con sus
grasas y miserias expuestas; estos son los que dicen que son los humanos en
plan de turismo veraniego; exultantes, desinhibidos, alegres por demás, la
verdadera esencia del amo de la tierra.
Y
la obra es para mejorar la vivienda-hormiguero de primera línea de playa de
esta especie trashumante que se autoflagela cuarenta y cuatro lunas encerrados
en una oficina o una labor que odia, para luego pasar cuatro lunas más entre
gente que sigue odiando para no perder el ritmo de su eterno sacrificio ni
autoflagelación.
Al
girar el tornillo al final del palillo que sirve para que se abran las tirillas
de madera de mi cortina americana, también pude ver que un espectacular camión
de chiquicientas ruedas de infinitas pulgadas de presión por centímetro
cuadrado de presión al mando de un rubicundo hijo de las planicies del
Marruecos septentrional, se acercaba a paso de hombre (de hombre poco apurado)
en dirección a la obra. Este artefacto e ingenio de la mente febril de un
plantel de ingeniosos hombres con títulos de ingenieros, tenía un morro chato
con una cabina alta desde donde el hijo de las dunas podía ver perfectamente
hacia adelante como hacia atrás; un motor poderoso barritaba cual manada de elefantes
furiosos debajo del mismísimo culo del marroquí echando humos oscuros por el
ojete del tubo de escape que se elevaba casi a la misma altura de la ventana de
mi piso. Desde allí podía ver como una plaquilla redonda, de igual diámetro que
el ojete del tubo y tomada de este por una pequeña bisagra, subía y bajaba
según salía o no humo negro como la aguda mirada del conductor moro; imaginé
rápidamente: “esto es para los días de lluvia, así no entra agua al tubo de
escape, soy tan inteligente como los ingeniosos ingenieros del ingenio”.
Mi
sangre no abandonaba aún su impertinente deseo de bombear sobre la vena
bulbouretral, el camión se fue desplazando lentamente con dos o tres maniobras
hasta quedar frente a los obreros de la obra subidos s sus andamios metálicos
deslizables. En su parte trasera, el camión llevaba un bulto similar a un gran
atado o para dar una imagen más clara es como si una gran, pero gran cabeza de
ajos, hubiese sido envuelta en arpillera color amarillo muy pálido, un amarillo
pastel, y rematado el atado con un cordel grueso y un anillo; dentro era un
gran misterio lo que se encerraba, que si bien por el peso que parecía tener
era considerable, el volumen no le iba lejos tampoco.
Entonces
ocurrió.
Mis
ojos se dilataron y como saltan los cristales de la escarcha cuando uno le
golpea con una piedra, o como se rompe en mil pedazos un trozo de caramelo al
ser pisado, mis legañas y otras porquerías fueron expulsadas de los alrededores
de mis ojos, así era la necesidad de ver lo que estaba ocurriendo.
Mi
boca se abrió en una gran O. Y la mandíbula cayó inerte.
El
camión con el magrebí como amo del ingenio, vomitó toneladas de humo negro como
sus ensortijados cabellos y barritó como todos los elefantes juntos; África
tembló. La plaquilla del ojete del tubo era una castañuela que saludaba las
nubes y pensé por un momento que se desprendería del todo.
Hubo
una nueva embestida de sangre en la vena dorsal profunda de mi pene.
Mis
manos se abrieron como si así fuese a captar mejor la escena.
El
árabe movió palancas, apretó pedales, sus rizos tremolaron; del camión salieron
de la nada cuatro enormes patas articuladas que se posaron en tierra dando el
primer paso a la transformación. Y luego lo apoteótico, detrás de la cabina del
amo rifeño, se desperezó un brazo que se fue extendiendo en tres tramos al
igual que uno humano y con idéntica gracia dio todo un giro alrededor del
camión como cerciorándose que todo estuviese en su sitio y se dirigió directa,
precisa, decididamente al gran ajo. Le enganchó en el anillo y con un paso de
ballet maravilloso tensó todos los arneses; el ajo quedó suspendido a tan solo
medio metro de donde estaba posado.
Había
sido testigo del primer acto de un Transformer, era un afortunado al haber
podido estar frente a lo que se consideraba un secreto y una fantasía del cine.
Tuve
una polución inconsciente de pura alegría.
Los
Transformer existen.
Comentarios
Publicar un comentario
Recuerda: cada vez que no comentas una de mis notas, Dios se ve obligado a matar un gatito. Campaña contra el maltrato animal.