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Mostrando entradas de abril, 2012

Jugando con una idea.

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Me agrada la idea de jugar con una idea, la de plantearme una suposición tomando como base una frase que me resulta de lo más ocurrente y apropiada para el caso: “La Genética pone las balas y el ambiente aprieta el gatillo”. Como bien lo reseñan estas pocas palabras, nuestro ADN sería el portador de innumerables códigos que debidamente activados por el medioambiente se desarrollarían y permitirían que la persona fuese de una determinada manera o al menos tuviese en su balanza, uno de sus platillos con mayor carga determinante para que sus decisiones fuesen de una forma prefijada como también así su capacidad para superar obstáculos, enfermedades, lograr éxitos, aumentar o no su inteligencia, ser o no violento, convertirse en un líder o terminar sus días como un jornalero. Y cada posibilidad solo podría ser convertida en príncipe o sapo con solo si había o no un beso de por medio, el beso del ambiente justo, en el momento apropiado.

Breve nota sobre los Comentarios.

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Cada vez que leo algún escrito, sea este del tenor que sea, no importando en gran medida quién es el autor; dentro de mí se pone en movimiento un mecanismo automático. No sé si a vosotros os pasará lo mismo, pero me ocurre tanto sea si estoy en una posición innombrable, leyendo la remanida leyenda de las indicaciones del suavizante de cabellos o si me he enfrascado en la nota más opípara de literatura que podáis imaginar en el periódico del domingo, repantigado en el sofá con el gato en los pies y la pipa en la mano.

El negocio.

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Desde que el ser humano probó que podía dominar a otro ser humano se estableció un orden de jerarquías y un contrato entre ambas partes: el dominado y el dominador; había nacido el primer negocio. Era la primera vez en la temporada en que los frutos por alguna razón no estaban en el lugar de siempre. Algo había alterado lo que había sido una costumbre de lunas y soles; levantarse con el aguijón de la necesidad de comer, ir a buscar los frutos y saciarse de ellos; luego vagar hasta encontrar algo que le interesara o una presa para la próxima comida.

Detrás de la cortina americana

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Por la mañana. Recién despertado, mis ojos lacrimosos, las telarañas de sueños eróticos mantenían en vilo mis más bajos instintos, mientras la sangre incrédula aún no cejaba en su afán de alimentar la entre pierna produciendo la consabida erección matinal; tambaleante y baboso, la lengua rasposa y el aliento a caballo muerto, los pelos inundando mi cara dificultando más mi alterada visión que ya se debatía entre lo onírico y lo físico, lo único que necesitaba era el aditamento piloso que le nublase aún más el horizonte.  Arribé a la sala como lo haría un pesado avión de cargas, panzón y sin gracia, tal vez como lo hacen los pelícanos, esos seres desproporcionados que no sabes cómo es que vuelan y que sin embargo con sus alitas logran sacar su tremendo picazo y rechoncho cuerpo del agua elevándolo por los aires para, además emigrar; como esas similitudes me arrimé al sofá y abrí la persiana americana, esa de tirillas de madera que las tardes otoñales dan tan cálido aspecto a todo

Deja que la música suene, toda la noche…

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Esta mañana, bueno en realidad era “mi” mañana y tal ves tú mediodía o tú tarde, porque eran pasadas las trece horas cuando me levanté de la cama….. No pienses mal, no soy un vago, ni trabajo de noche, tampoco es que haya estado de copas y nenas anoche, no, no fue así.  Muchas, casi todas las mañanas son así desde hace unos cuantos años a pesar que no logro acostumbrarme y que no me acuesto tarde; pero las noches han hecho que tenga y descubra una nueva fobia en el ser humano, la fobia a la cama. No quisiera acostarme ni dormir, no quisiera tener que descansar, quiero estar despierto todo el tiempo, hacer y seguir haciendo, como si el tiempo se terminara dentro de un par de horas nada más; con total ansiedad, con apuro y necesidad real.

Una cita en los ‘70

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Pero, que buscaba en ella? Sus ojos, enormes, casi podría decir que se salían de sus órbitas, eran dos bolas de billar con un engarce de una esmeralda ornada en oro en su centro y una red casi invisible de venillas rojas que hacían que pareciera que permanentemente estuviese al punto del llanto. Hacía a este efecto una excesiva humedad ocular y los párpados a un cuarto de su recorrido. Una mirada con un bello aire de nostalgia, Pero sus ojos no eran todo. Una larga cabellera de un indeciso rubio que se mantenía liso a base de innumerables pasadas de las promocionadas “planchitas” que la moda obligaba a tener en cada hogar donde habitaba una adolescente y/o adulta soltera que se preciara de ser apetecible presa de caza mayor de discoteca.