Confesiones de invierno



Nada más tedioso y solitario que el escritor con la hoja en blanco a su frente o el pintor y su lienzo.
He meditado mucho sobre este tema.
No es poco lo que se puede decir, tengo la edad necesaria (por lo menos lo creo así) y la experiencia lúcida como para encararlo con la objetividad que requiere.
Claro que como siempre, cuando vamos a tomar una rosa, lo que más molesta son las espinas; en este caso el tema arde en mi mente y mis dedos por describirlo, pero las malditas espinas de los paradigmas y pre-conceptos hacen de lo suyo para que de vueltas en un laberíntico proceso de idas y vueltas para acceder a las primeras letras que tomen la senda recta  en el sentido del escrito.



Y todo comienza donde terminamos, en un rincón de una habitación, con la fascinante guitarra de George Benson con el monstruo de Chet Atkins en un "Help Me Make It Trough The Night" imposible, un purillo Cohíba amarillando dedos y bigote, el Mediterráneo susurrando a unos metros de la ventana y un invierno que pinta cielos con nubes increíbles en un atardecer a mi derecha que apenas puedo intuir, por estar demasiado a mi diestra. Y la sensación dulce de saber que cumples con romper la cáscara de un frágil huevo pascual, de esos de ligera lámina de chocolate negro y finísima capa de azúcar que al abrir me recuerdan tanto a las geodas, que se abren como granadas en el sur de Brazil o el norte muy norte de Argentina, allá por Wanda. Los cristales de azúcar como si fueran de diamantes puros iluminan el misterioso interior que queda expuesto; y es como quiero que quede expuesta mi alma, mi interior hoy. Tal vez también el tuyo mi querido lector.



Creo que en gran parte somos geodas, con todas las puntas de los cristales creciendo hacia adentro, aumentando de tamaño a medida que el tiempo pasa, iluminando cada esquina de nuestra alma, descubriendo a mayor luz, mayor capacidad de comprendernos. Pero a la vez la piel se vuelve dura y engrosa su espesor lleno de prejuicios hasta que esa armadura se convierte en una pesada carga que arrastramos hasta el día de nuestra muerte incapaces de haber podido romperla y dejar escapar la luz que teníamos para dar. He allí el pecado que cometemos, no hemos sido ni por un solo instante lo que realmente somos, no hemos transmitido todo cuanto tenemos encerrado y el bagaje queda aquí, inservible ya, inútil. Como dijo Jorge Luis Borges que su mayor pecado consistió en no haber sido feliz. Así la mayoría de nosotros pecamos a lo largo de nuestra vida siendo felices a medias o por pocos instantes, privándonos y privando a los demás de la luz que mantenemos encerrada en el interior.

Egoísmo propio?

Cuando fui joven y veía las pieles viejas de mis abuelos pensaba que se volverían ellos también traslúcidos en sus experiencias y que el conocimiento que guardaban, los años vividos y sus más caros tesoros saldrían espontáneamente a la claridad gracias a que la sus pellejos se diluirían por el efecto de alguna erosión que no comprendía aún; pero por el contrario, era solo una ilusión y los viejos morían con sus secretos sin haberme develado nada más que algunas señales difusas que tardaría años en descifrar.

Egoísmo ajeno?

Fue entonces que comprendí todo esto de la duramadre que se formaba sin cesar con los prejuicios, con los malditos paradigmas que con avaricia no nos despojábamos y que manteníamos en un sinsentido. Esto que no nos permite ser felices con lo que somos, seres cambiantes, fluctuantes, armoniosamente realizados para que podamos fluir como el agua o el aire, pero a la vez con la fortaleza de la piedra si así lo merece la ocasión. Somos maleables, hermosamente adaptables y versátiles, mientras que por alguna extraña razón de un dios interno al que quisimos llamar ego, nos estructuramos, nos metemos en reglas y dogmas, nos normalizamos y estandarizamos creyendo a pie juntillas que solo así creceremos y seremos algo.

¡¡Y cuan equivocados estamos!!!
Egoísmo colectivo?

Tanto es el error que hemos comenzado a dar círculos en lugar de espiralar como las espiritrompas de las mariposas al succionar el néctar floral, al fin simple revolucionar o evolucionar y crecer.
Parecemos pájaros asustados que giramos en redondo sin salirnos de un circuito, temiendo ir un poco más allá. Pero los pájaros por fin se aquietan emprendiendo el vuelo definitivo que les lleva a algún lugar, mientras nosotros seguimos asustados girando en la estupidez desechando rumbos y destinos todos los días de nuestras vidas.
El mundo dejó de ser plano y sostenido por elefantes sobre el caparazón de una tortuga.
Los abismos dejaron paso a una redondez maravillosa y aterrante para situarnos en una piedra que viaja sin destino cierto a más de quinientos kilómetros por segundo; la nada no es tal, sino que ha pasado a ser algo y nunca ha dejado de serlo.
El conocimiento se nos sirve día a día en plato de cuchara como si no fuésemos adultos; tendríamos que asumir nuestra edad. Tendríamos que comprender lo que somos y como somos sin miedos, sin rencores, sin miradas furtivas, sin prejuicios, sin etiquetas; por sobre todo, sin rotularnos.
Y creo que en la etiquetación, en el colocar a cada uno en un lugar específico como si fuésemos cosas que necesitan ser catalogadas, es el paso que ha impedido que los seres humanos no se consideren así mismos como tales: seres humanos. Cosas con vida.
Escuchas, lees, ves, sientes por doquier las primeras etiquetas de hombre o mujer, a las que le siguen blanco, negro, amarillo, rojo, la distinción por su cabello, por sus ojos, por su etnia, por su lengua, por sus orígenes ancestrales, por su condición social, por su orientación política, por la elección de sus gustos externos y recién en los últimos tiempos por su orientación sexual; esta que ha existido siempre pero que parece que ahora se puede ver con cierto permiso de la sociedad estructural.
Etiquetamos y cada vez más; en un mundo que se virtualiza.
Un tag (una etiqueta) es necesario para recuperar un archivo en la memoria de un artefacto. Pero es que nosotros no somos artefactos y parece que en el futuro próximo, ese sería el paso requerido, como lo fue la mecanización en el siglo XVIII cuando se comenzó a desarrollar la era industrial y cada persona se suponía que sería un engranaje aceitado y productivo. Aquí, en este tiempo debemos estar rotulados para que nuestra eficiencia sea extraída con sencillez y rapidez.
Revelarnos es cuanto queda, en silencio y apostando a las únicas armas que tenemos, nuestras verdades y vivencias, que son capaces de destruir las murallas de un Jericó moderno, que se alza sin piedad ante los ojos de todos y es aprovechado por pocos, como siempre.
No hemos dejado de ser esclavos de nosotros mismos por nuestra misma voluntad.
Crecemos y nos refieren: ingeniero, médico, abogado, empleado, indigente, como sea que se necesite y en lo íntimo se nos estructura aún en la división arcaica de los sexos. Aún salimos a cazar dinosaurios para la cena y es la mujer la que debe prepararla junto a las crías que tengamos. Hasta hemos inventado que podríamos pertenecer a dos razas distintas, dos orígenes diferentes.
La maldita religión induce reptando y hablando sensualmente a nuestros oídos, que el hombre fue creado por un dios, hombre también, todopoderoso, masculino en sus actitudes,  aptitudes y privilegios; pero la mujer, aunque creada por el mismo dios, fue extraída del hombre de modo que este último participó activamente en la fabricación de quién debía estar sometida de por vida a sus creadores.

Y Dios creó el sistema piramidal y vendió tupperware.

El hombre dentro de la sociedad del ser humano, justifica esta superioridad masculina estudiando a los animales y poniéndoles de ejemplo más de una vez; pero su teoría hace aguas a la vuelta de la esquina cuando en una pelea por el puesto Alfa en una tribu de monos, las que suelen defender al preferido, son las hembras que con dientes, aullidos y golpes dejan maltrecho al contrincante reducido al puesto Omega  de la monada. La naturaleza es mucho más flexible y armoniosa de lo que se piensa; la naturaleza y el universo todo tienen un sentido de la economía que más de humano debería poseer y en ocasiones sin importar jerarquías, se impone el camino más corto, con menos esfuerzo, menos coste y mayor beneficio.
El universo es feliz, trabaja lo justo y disfruta lo más que puede.
Me pregunto nuevamente ¿por qué entonces nos empeñamos en continuar con esta posición divisoria de sexos, aplicando el sistema piramidal, contribuyendo a una permanente mala relación entre las personas? ¿por qué no aplicamos la versatilidad, la economía, la horizontabilidad y el ejemplo del universo?
Porque también tuvo que ver en algo la maldita religión que silabeó por lo bajo que el “hombre” y no el ser humano, el “hombre” era el rey del universo, el centro de la creación, la máxima expresión del creador, tan así que hasta era a su imagen y semejanza.
El ego del “hombre” creció por encima de todo lo que se conocía y lo que se estaba por conocer.
Y como rey de la creación era imposible que se dignara a ser otra cosa más que eso, ya que era la súmmum creatio.
A lo largo de la historia ha ido alternando distintas épocas con salidas a medias del armario, con otras de machismo exacerbado, o feminismo pusilánime y caricaturesco. Pero nunca encaró como lo está haciendo ahora; a su lado femenino como una realidad y un complemento de su personalidad, pudiendo comenzar a fluctuar entre ambos para mejorar su relación social.
¿Cómo completo el proceso de otredad si no puedo asumir mi porción femenina al descubrir ante mí una mujer o una persona que se siente mujer? Si la otredad es un paso fundamental en la empatía y esta es más que necesaria para poder desarrollar a pleno el amor por el prójimo, debo ser consciente plenamente del otro sin miedos y sin fronteras que me limiten. Este es el camino hacia la unidad del ser humano, contrario a lo que la religión sigue proclamando donde dice que la salvación es personal; sí, es personal, pero antes deberás haber hecho el deber de amar a tu prójimo y eso conlleva haberte metido en sus zapatos, ser horizontal con él/ella; descubriendo al otro, practicando la otredad, unificándote.

Octavio Paz escribió con la claridad del poeta que ve mucho más lejos que cualquier mortal:
"El hombre está habitado por silencio y vacío.
¿Cómo saciar esta hambre,
cómo acallar este silencio y poblar su vacío?
¿Cómo escapar a mi imagen?
Sólo en mi semejante me trasciendo,
Sólo su sangre da fe de otra existencia"

Juan Antonio Islas escribió lo siguiente sobre la otredad con la otra claridad, la del estudioso:
La identidad es lo contrario a la otredad. El sociólogo Robert
Fossaert (filósofo y poeta al fin) ha dicho que la identidad
es la percepción colectiva de un 'nosotros' relativamente
homogéneo (el grupo visto desde dentro) por oposición a
los 'otros' (el grupo de fuera). Lo que pensamos nosotros
es lo que existe, lo otro no existe. Nuestra realidad está
compuesta por fragmentos de imágenes racionales; la otra
realidad está, pero no la vemos o no la queremos ver.

En esta horizontabilidad las fronteras del sexo las identidades se pierden, se vuelven difusas; es humano temer a lo neblinoso donde el arcén del camino no se ve o donde el fin de la senda no se percibe.
Estamos acostumbrados a tener límites, a ser conducidos, a ser incluso dogmatizados con tal de no perder el paraguas protector del paternalismo con que nos han dominado desde el principio de los tiempos. Ahora damos pasos solos, el Dios que nos protegía no está de acuerdo con estas prácticas, sus sacerdotes y representantes terrenos nos excomulgan y nos dan las espaldas invocando a los antiguos e inexistentes infiernos, cuentos chinos que no pueden ya asustar ni a los niños.
Estamos acostumbrados a ser referenciados y para transitar el camino de la otredad no lo podemos hacer con una etiqueta que diga que somos hombre, mujer, heterosexual, homosexual, bisexual o  transexual, ni la raza, ni la religión, ni la condición social, ni la orientación política.
Pero por sobretodo en la identidad sexual es donde no debemos estar referenciados, es donde mayor plasticidad, versatilidad deberíamos aplicar, porque sin dudas que allí hallaremos las herramientas para comprender al otro desde su inicio.

Sin etiquetas, sin referencias, la piel de la geoda por fin se irá volviendo cada vez más delgada, transparentándose, dejando salir la luz propia de los cristales que han crecido en nuestro interior, la dureza de todo dejará de ser. El egoísmo vencido. La duramadre traspasada.
Regreso al concepto de ser maleable, una condición que no practicamos por estar estructurados, encasillados en pequeños cajones, viviendo pequeñas vidas cuando podríamos estar viviendo grandes vidas plenas de sabores, sentidos abiertos, aromas, melodías, sensaciones que damos por ajenas al estar rotuladas en otras cajas estancas.

Mientras vivamos en compartimentos cerrados, practicar la otredad, comprender al otro, amar al prójimo verdaderamente, será imposible.
Y si esto no es posible, no seremos felices.
Si no somos felices, no habremos cumplido el cometido por lo que estamos aquí.
Si no hemos cumplido con ello, hemos fracasado.
Si hemos fracasado, otro ocupara nuestro lugar.
El universo es económico y lógico.
Dios no vende tupperware.

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