Asuntos Propios (Homenaje)
Asuntos propios. (Homenaje)
Al fin es solo estar
preguntándose siempre sobre la función que cumple cada cosa y como cada cosa
cumple una función.
Todo cierra un círculo para que
sea perfecto y la perfección es la utilidad, el servicio, la función al final
de ser.
No es tan difícil.
Así comenzamos a debatir y se
alargó hasta mucho más allá de lo que se considera oportuno y práctico.
Sin embargo nunca salimos del
centro del concepto y siempre llegábamos a la misma frase: qué función cumple.
Cosa y función o funcionalidad
de la cosa que finalizaba en el principio de eternidad que el universo es
económico y por lo tanto no hace nada que no tenga una utilidad o cumpla un
servicio.
No hay desperdicio ni acto
inútil en él.
Fue cuando enlazamos lo místico
con lo netamente racional y la satisfacción nos llenó el interior que hasta ese
momento nos parecía vacío; pero no hueco de oquedad, sino de falta de unión, de
elementos no catalizados.
Es esa nada de lo primordial de
cuando aunque estando todo, la nada reinaba porque de nada no era nada sino
todo solo que no ordenado y entonces la nada es caos y el todo orden.
En esa senda cumplimos con el
ritual de comulgar con los dioses y los matemáticos en una misma mesa,
comprendiendo que no éramos un error casual porque no es posible la casualidad
en un orden, solo en el caos; como así tampoco éramos una viva imagen de uno
superior ya que en un sistema económico
la duplicación es despilfarro.
Separamos las aguas como el Gran
Moisés ante el Mar Rojo y pusimos la casualidad en el caos y la causalidad en
el orden; a la racionalidad en el equilibrio y a un Dios en la confusión. Lo necesario
en cada caso y vimos como el ser humano se encontraba perdido por no saber
separar los estados.
La fórmula era sencilla, solo
consistía en preguntar siempre lo mismo ante lo que tuvieses delante y la
respuesta daría el camino a seguir sin titubeos. No fue necesario el toque de
trompetas en un amanecer grandioso de luces magníficas y esplendoroso ni la
asistencia de huestes celestiales que abriesen portales áureos con exquisitos
ornamentos de forjas vulcanas; no fueron los fuegos del averno ni las luces
celestes, no las claridades con el coro detrás anunciando la bienvenida del
saber sobre las testas iluminadas ni el perfume de los laureles para que las
sienes oliesen la savia divina.
No hubo musas danzando con
delgadísimas sedas entre sus lánguidas piernas y las cabelleras rubias al
viento orladas de flores tropicales y pájaros exóticos de tonos brillantes con
fondos pastel que se diluyeran en una bucólica selva olímpica, sagrada y
dionisíaca.
No hubo un atrio ni público
aplaudiendo a rabiar proclamando que las mentes brillaban y los birretes de
graduación eran exhalados a los aires ni serpentinas cayendo del cielorraso, ni
luces de rayos laser iluminando a doquier por el cielo de la noche marcando la
ruta cual estrella de Belem para anunciar el nacimiento de una nueva ciencia.
No, no hubo nada de eso, ni nada
de lo que se puede uno imaginar.
Solo dos simples personas
enfrascadas en una violenta conversación, en un espiral de palabras de
asociación libre que se asemejaba más a un diálogo de orates que a dos hombres
trazando una senda de conocimiento.
Alrededor, centenares de
personas iban en cuatro direcciones enfrascadas en sus propios y muy personales
mundos, pequeños universos propios con sus más pequeños planetas y satélites,
con sus colisiones y dramas; con sus necesidades, falencias y
responsabilidades, todas en una escala minúscula.
Bajaban de nueve carriles de
trenes que llegaban y partían desde y hacia las afueras de la Capital de la
republiqueta, sudorosos algunos después de su jornada; recién duchados y mal
perfumados otros al iniciar su tarea; con sus ojos puestos mucho más allá de lo
que tenían adelante, ciegos a la realidad y a la razón de estar allí,
concentrados en la mínima parte de su existencia, reproducirse, comer, estar
abrigados y obtener placer. Solo eso y nada más.
Los andenes estaban sobre nivel
de la calzada, unos cuatro metros que había que salvar con una amplia escalera
y un descanso; luego la acera, el arcén, la calzada de tres manos y una plaza
árida, barrida por el viento, sucia por las putas y los desesperados, que
recordaba una batalla de un setiembre lejano.
Él, con un pié en un escalón y
el otro en el escalón siguiente; yo, dos escalones más abajo, a cinco del
descanso, en medio de la amplia escalera, a la hora pico cuando se realiza el
recambio horario y los unos parten a sus hogares a descansar y los otros llegan
a completar la tarea que los unos han dejado a medias, en ese torbellino de
pasiones encontradas y revueltas, contrastando con las voces disonantes de
vendedores desaprensivos que trataban de esquilmar bolsillos; allí, con ese
marco de camisas de diez mil colores y zapatos apretados, en ese amasijo de
carne y desodorantes, gomina, laca y perfume barato, nosotros dos estuvimos
preguntando al universo: ¿Qué función cumple?
Y el universo contesto.
Allí supimos que hay algo más después
de la vida.
Ahora le toca a usted que lee.
Miguel Ángel C. fue ingresado en
el Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José Tiburcio Borda en 1987.
Enrique Carlos M. fue ingresado en
numerosas ocasiones en el Hospital General de Agudos Dr. Teodoro Álvarez hasta
que en el 2006 se fugó de un ingreso y vive con domicilio desconocido en el
extranjero.
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Recuerda: cada vez que no comentas una de mis notas, Dios se ve obligado a matar un gatito. Campaña contra el maltrato animal.